Cuantas ferias compartidas, cuantos recuerdos de aquella feria que ya no volverán y con el regusto de la última manzanilla pura sin aditamentos, que el 7 up, es sólo para el White Label, llegaste a casa, pasadas las horas en que el reloj hacía bastante tiempo que había dado tres campanadas, cuando en otros tiempos a esa hora, casi acababas de pisar el albero por primera vez en la jornada.
De pronto un ojo, que se abre, cual conejo y ve el reloj y casi sin tiempo, respingo de la cama, agua fría a discreción, la camisa a medio abrochar y coja, pantalón con portañuela abierta, la chaqueta con el cuello semilevantado, zapatos con restos de albero y gafas de sol que impiden apreciar en su totalidad la carita legañosa que llevas en esta mañana de feria...
Y así llegas al despacho, guasa tela, tu compañero casi en las mismas circunstancias, se quita el contestador, se descuelga y sin pensarlo te bajas al bar a tomar, o más bien, zambullirte en un café bien cargado, al que seguirán alguno más, casi cada media hora, intercalándola entre llamadas más que impertinentes de quienes parecen que llama sólo por confirmar que estáis a su disposición, y así justificarse.
Y así hasta, que pasado el mediodía, salgas corriendo para casa, para volver al Real.
Estas son las mañanas de feria que sólo pueden disfrutarse cuando se vive y se siente la feria al sevillano modo.