La corrida de Victorino estaba siendo un petardo en toda regla, cuando Salvador Cortés se dispuso a brindar el sexto a su hermano Luis Mariscal, quien en la víspera de la Virgen de los Reyes sufrió una de las cornadas más espantosas que recordamos y su sangre, verdad y grandeza de la fiesta, fue un reguero que quedó tiñendo el dorado albero de aquella noche de miedos y quirófanos, en esa otra corrida que fue para el magnífico equipo de la Maestranza las cinco trayectorias que dejó el pitón de aquel Peñajara.
Cuando muchos esperábamos una ovación de esas que marcan épocas en la Maestranza, nos encontramos con la realidad de la falta de sensibilidad de esta plaza, esa que se desvive con ciertos toreros de papel couché que aún no han demostrado el porque de su colocación en el abono, y olvida a toreros como este subalterno de oro que es Luis Mariscal. En fin, un suma y sigue de esta plaza, que no es la primera vez que olvida que por algo era distinta, algo que no nos extraña, porqué cuantos años lleva ya olvidando a quienes derramaron su vida sobre su albero por estas fechas.
Hasta ese momento nadie daba un duro por aquel sexto toro de la infumable corrida de Victorino Martín y es que esta vez los toros no estaban siendo aquello que esperábamos, ni tan siquiera las alimañas que impiden la lidia; Salvador Cortés vió la bondad del toro por el pitón izquierdo y sobre él creó una faena de naturales de bellísima factura. Tras un pinchazo mató de una estocada que hizo que el público se enfriara y todo quedara en, la cada vez más eludida -por esta vez no- vuelta al ruedo, las cosas de esta plaza que seguro que a otros les permitirá pinchar y aún así les dará trofeos...
Quien sí recetó estocadas fue Padilla a sus oponentes, el de Jerez hizo un toreo de capote exquisito al cuarto, que seguro firmaría más de un torero catalogado de artista, de igual manera El Cid recetó sendas estocadas, lástima que a ambos todo lo que hicieron ante sus oponentes no sirviera para nada.
Fotografía: Álvaro Pastor Torres.