Llueve, esta tarde noche de la víspera de la víspera, como llovía entre coroneles y soldados de pavia mientras se nos desmoronaba el tiempo de la espera.
En San Lorenzo, las manos expertas de los priostes están ciñendo, con el cíngulo amarilllo de siete vueltas, el tallo del morado lírio de nuestro Gran Poder, desnudo de cardos y hojarascas, en esta espera de cuarenta días que nos llevará a esa nueva epifanía de madrugada eterna.
Llueve en la Plaza, la gente sale del quinario soleano, mientras a La Resolana llegan los ecos de los sones de Esperanza Macarena en la presentación de Diecisiete.
Amanece en la ciudad con el llanto de una niña que apenas despierta a la vida, la luz parece penetrar limpia y a lo lejos las campanas anuncian misa de ocho y media, el cielo está dulcemente azul, pero es un espejismo porque llueve, la mañana se despereza con el sol de los gitanos y a la una y media tenemos en nuestra agenda el volver al rito de la imposición de la ceniza con nuestro Catedrático por testigo, (te acuerdas verdad, como aquella primera vez...)
Olor de bacalao con tomate, con esto en el plato no vale ni ayuno ni abstinencia, suena como ayer, La Macarena de Cebrián en nuestra memoria, unos niños reflejan sus miradas en el escaparate de la Campana, como nosotros buscamos al nazareno del balcón del Siglo de nuestra memoria, y la voz del pregonero vuelve a surcar el viejo vinilo con aquel poema: Que conjunción, serena de ternura... mientras tomamos del viejo estante aquel libro gastado, donde aquel lejano recordatorio de cultos junto con un lirio seco, marcan aquello de: La calle de Placentines, estrecha y larga parece...
Ya has llegado y sólo quiero agarrarte fuerte con mis manos, para disfrutarte despacio, como un caramelo de piñones del Caserio, como un coronel en El Rinconcillo, como un amanecer con vencejos, como una puesta de sol en Triana con el cielo con los mismos tonos de unas túnicas de viernes santo en un cuadro de Barrón, ya has llegado y se que como siempre vendrás con las prisas, que ya nuestra edad no perdona, esas que nos impiden a lo peor buscar el primer azahar, pero que nos cautiva soñando con su aroma, ya estás aquí y sólo quiero disfrutarte como un niño una mañana de reyes, como hice ayer y como espero hacerlo siempre.