lunes, 19 de febrero de 2018

Cautivo de Sevilla


Nunca olvidaremos la primera vez que nos encontramos un Sábado de Pasión en aquella Parroquia de barrio lejano, cuando a sus puertas se agolpaba un pueblo endomingado, en día de fiesta grande, con vendedores de globos y gente arremolinada aguardando los primeros nazarenos, en espera de su Cautivo, que por aquel entonces en soledad salía al encuentro de su Barrio.
Y es que este Cautivo, que no es de San Ildefonso, ni del Tiro, pero es Cautivo de esa Sevilla tan alejada, pero a la vez tan nuestra, a la que tantos le dan la espalda, es el Dios de su barrio, que hoy viene a tomar esa Ciudad intramuros mostrándonos sus manos atadas. Porque ese Cristo que  recorrerá nuestras calles, no necesita ni de Campanas ni de carreras oficiales extemporáneas, porque su labor está poniendo sus manos atadas, para desatar otras manos en su barrio.
La fe de un pueblo no entiende de distancias y hoy Torreblanca nos regala las manos de su Cautivo para aliviar y poner sosiego a quienes olvidan la realidad que simplemente está, a la vuelta de cualquier esquina.

Fotografía Artesacro

lunes, 12 de febrero de 2018

Gure Aita en la Cartuja




Apenas tenía la misma edad que mi hija María, cuando nuestra mirada se cruzó con su mirada de Cisquero -tan nuestra, pero tan distinta- en aquella exposición que lo trajo por primera vez a Sevilla, tres siglos largos después que el hijo de Pérez de Yrazaval lo mandara al terruño de sus mayores.

La vida quiso que casi veinte años después, nos reencontraramos, en medio de un viaje de estudiantina, cuando de forma inesperada -las casualidades a veces no existen- nuestro camino se desvió hacia Bergara y apareciera tras atravesar aquella puerta verde de San Pedro de Ariznoa, casi en penumbra, tras la reja de aquella capilla, aquel gigante crucificado, Laocoonte sagrado, la joya barroca del Cristo de la Agonía.

Cuando resanadas las heridas del tiempo, lo hemos vuelto a contemplar, quizás como lo contempló Juan de Mesa, hemos pensado la suerte de haber podido buscar su mirada, y podérselo mostrar a nuestros vástagos. Y quizás no sea casualidad que el alma te llame a susurrar un Gure Aita.