Pasan los años, casi veinte desde aquella aciaga madrugada, en la que te perdimos para siempre y el cielo ganó una estrella a la que buscamos cada noche para darte ese beso que desde entonces nos falta.
Ausencias que echamos en falta, cuando creemos buscarte reencarnada en la mirada de los que son sangre de nuestra sangre, igual que tú un día ya lejano posabas tu mirada en nosotros, que eramos sangre de tu sangre...
Tu ausencia no pasa, se acerca ese día en que cada año vuelvo a echarte cuanto de menos, porque no puedo reencontrarme con aquella bandeja de torrijas, mis torrijas, que sólo las manos de una abuela podían enseñar a las manos de una madre, para que cada año ese día yo no eche en falta tu ausencia.
Se que esta noche, cuando la pequeña Ana y María tengan un beso de buenas noches, como tantas otras veces yo en aquel 23, me acordaré de ti, de esa ausencia que nunca se llena, de ese rúan de Martes Santo que cada año vuelve en forma de medalla bajo una túnica bofetera, de esa Tú Esperanza, que contabas en aquel cajón rodeada de varas de nardos en Orfila y que cada Madrugada nos acompaña en tu medalla para ser siempre Nuestra Esperanza...
Tantos recuerdos se agolpan de ti, que tú ausencia no es ausencia, porque vives permanente y etenamente en nosotros, por eso esta noche cierro los ojos y como si te viera, vuelvo a ser aquel niño que vuelve del colegio y te encuentra, te abraza y te besa, con el mismo cariño que aquel niño hoy te manda un beso más allá de las estrellas.