Tardes de tertulias eternas, si nos ponemos, ¿porqué no? café, copa y puro tras el almuerzo regado con el mosto del Aljarafe que Pepe Girón pisara en su lagar de Bormujos y las aceitunas nuevas aliñadas del verdeo de este año que acompañaran al cocido de habichuelas y calabaza, si es que no te sorprende antes la ligera cabezada en el sillón, cubierto al calor de la ropa de camilla.
El aroma de la alhucema impregna el ambiente de aromas de pueblo lejano, casas encaladas, y verdina en la azotea, de pronto llegan el café y las infusiones, y con ellos, las yemas de San Leandro, los bollos de Santa Inés y unas tortas de aceite de Castilleja. Sabor de ayer, sabor de hoy, sabor de siempre, para la tertulia que recuerda aquellos recuerdos que se quedaron grabados para siempre, aquella ocurrencia inolvidable del niño que hoy se sonríe y al que aún le brillan los ojillos cuando le recuerdan los cuentos de su niñez ambientados en la plaza más bonita del universo.
Fuera llueve, en tarde de capote, puesto, escopeta y perro pero dentro se disfruta, tardes de noviembre de calor de copa y mesa de camilla, de pronto en medio de la tormenta llega el último rayo de sol de la tarde, el que dora las cúpulas empapadas de azulejos mojados, el oro de la ciudad eterna cubre la estancia mientras se siguen hablando de mil historias en animada tertulia y en el ambiente reina el aroma eterno del sabor de la alhucema.