En la encrucijada de nuestras vidas, cuando todos duermen y nuestro duermevela fluye, vuelve en el silencio de la madrugada a resonar la voz forjada en la estiba:
-¡Venga de frente!
Y como ciegos nos dejamos llevar por el lázaro que con su voz rota en la oscura tiniebla nos marca el camino.
Quizás ya no lo esperabas, aquí no hay ropas de diseño, ni el saco tiene tampones de tintas antiguas, ni las cañas son altas, sólo están anónimos bultos que -ciegos como tú- sólo atienden la voz que les manda, racheando el esparto de las alpargatas.
A la mañana siguiente, al despertar, intentas recordar y buscas si por un instante quedó algún viso de realidad de aquello que se vivió en sueños... Con desilusión compruebas que no quedó nada, pero sientes el regusto del agua de la cántara matada con zalamea en lo más profundo de la reseca garganta.