Frente a la multitud del Domingo de Resurrección, el domingo siguiente, también denominado en el calendario litúrgico de la Dominica in albis y desde hace unos años de la Divina Misericordia, en el Arenal es un día que bien podríamos llamar íntimo, en la mañana la secreta Procesión de Impedidos de la Sacramental del Sagrario y por la tarde, con un público de cabales, el tradicional segundo festejo del abono.
Este año sin festejos, mientras la primavera florece
ante nuestros balcones, es precisamente la intimidad es la que reina en nuestros hogares, en los que sólo nos queda el consuelo del video, la lectura y las
redes sociales para hablar de toros, alguna videollamada nos acerca a tener
alguna tertulia de cabales, igual que las tendríamos en el Taquilla o en
el Ventura, algo que como dijo alguien en otras circunstancias, a hablar de toros
me refiero, es casi mucho mejor que ver una corrida de toros, pero que en las
presentes circunstancias es muy triste, ante la realidad que vive la Fiesta.
Y es que la fiesta, el segundo espectáculo de masas en
España, parece andar abandonada a su suerte, no sabemos si el cambio de
competencia de interior a cultura fue un buen cambio a la vista de las
circunstancias, sin apenas voces que se alcen en su defensa, más allá de la
Fundación Toro de Lidia, con una tragedia y no precisamente griega, en el
campo, donde los camiones embarcan los toros pero para que –parafraseando el
tuit de Javier Núñez de La Palmosilla, mientras mostraba los toros que habrían
de lidiarse precisamente este domingo - su
glorioso destino sea la fría y aséptica sala de un matadero industrial.
La fiesta de los
toros en toda su expresión vive sin duda alguna sus día más negros, sin
opciones para poder dar un golpe en la mesa, pues ha vivido tanto tiempo de
perfil que cuando se han puesto de frente el toro ya había pasado. Y como a
perro flaco todo se vuelven pulgas, ya hay quienes dan por finiquitada la
temporada.
Sólo esperamos por el bien de la cultura la fiesta de
los toros, cual ave fénix sepa renacer de si misma, pero quizás para ello
deberá de renovarse desde dentro, y ahí ya sabemos que a los aficionados -y
público en general- sólo se nos espera para una cosa, más mundana y menos romántica, que
pasemos por taquilla.
El
confinamiento nos hace pensar sobre el futuro de la fiesta, la ilusión de San Miguel es un clavo ardiendo al que quisiéramos agarrarnos, pero es tan complicado y así de pronto... los vencejos bajan para recordarnos, que es la tarde de un
domingo de Pascua florida y no tenemos toros para echarnos a la boca.