Hoy cierro los ojos torero, y te sueño vestido de celeste y galón de oro, de goyesco en Antequera, aquel día de peregrinaciones cuando cruzamos la baja Andalucía, desde la marisma Almonteña hasta la serranía para ver encartelado aquella goyesca que algunos llamaron del centenario, mano a mano del arte -Antoñete y Curro- con Pablo Hermoso por delante, locura de Dorado que tras el resultado, tres orejas el de Madrid y dos y el rabo el de Camas, repitió al año siguiente con TV por medio cambiando al caballero por Rafael de Paula. (hemos dicho algo...)
Carteles de un toreo que ya entonces eran remisniscencia del pasado, pura seda desenredada por un momento para volver a sentir, para volver a soñar, para creer sin ver, -que ya nada era lo que fue-, aunque todo tuviera el sabor impregnado de lo distinto, sabor añejo de una torería que no se aprende en las escuelas y que se pierde como el inefable humo del cigarrillo del torero en el callejón de una plaza de toros, aquel día en que nos tocó la lotería cuando Curro abrió el tarro de las esencias del arte y Antoñete dió un recital de pundonor y entrega en el que demostró la casta de los toreros que son simplemente distintos.
Hoy, como tantas madrugadas vuelvo a cerrar los ojos en tus infinitos silencios socarrones de madrugada de radio taurina, cuando tu voz era un asentimiento al periodista, y el maestro aún se agigantaba más cuando callaba eso que no decía, elegancia de otros tiempos, formas perdidas y querencias olvidadas.
Y vuelvo a mirar con los ojos del niño ante el televisor, a aquel torero triunfante en las Ventas, cruzando el umbral de su plaza con los ojos cuajados de lágrimas en ese momento en que el torero era engullido por una multitud fervorosa que lo izaba triunfante para llevarlo hasta la misma gloria.
Esa gloria que contigo, torero se nos empieza a ir de las manos, y que sólo recuperaremos cuando visionemos el viejo video de la faena del toro blanco de Osborne en Madrid o aquella otra de la tarde del adiós de Manolo Vázquez, carteles de seda antigua que se quedaran para siempre en el cajón de nuestros recuerdos, donde se guardan tantas tardes de gloria, tantos carteles eternos y tantas madrugadas de radio.
Quizás Maestro como alguien ha dicho te has cortado el mechón, porque la coleta era añadido y este era verdad, la verdad de la casta que se va contigo y de la que ahora disfrutarán las estrellas.