Han pasado los años, pero en estos días colombinos nos han recordado aquellos tiempos en que veraneábamos en El Portil y en los que compartimos playa y mil historias con un buen grupo de amigos en su mayoría choqueros.
Junto a ellos aprendimos a valorar una ciudad, Huelva, por la que cada vez que nos acercamos nos gusta pasear aunque sólo sea para embriagarnos de la nostalgia de aquellos años.
De aquellos paseos por las calles Concepción, Rascón, Bocas, Puerto o Tres de Agosto, por la Plazas de las Monjas o por la Gran Vía, siempre guardaremos gratos recuerdos, y que decir de aquella Biblioteca de la Merced en la que aparecimos un día sin conocer a nadie y de la que nos fuimos con un gran grupo de amigos con los que compartimos tantos desayunos en los bares de los alrededores de lo que hoy es el Rectorado y tantas cervezas en el Ocho, en el Desván o en el Berlín para acabar la noche en el Tagomago. Las noches en la Feria del Rompido o Mazagón, las madrugadas hermosas de Chiringuito y arena en Punta Umbría, los baños en la Flecha y las barbacoas bajo la luna llena, que acababan con una guitarra y cantes por Huelva.
Con ellos aprendí, que soy Atlántico, es decir mis gustos playeros prefieren las playas de este rincón del Sur, con su arena rubia y su ambiente familiar y por supuesto con el agua a una temperatura que no sea la del caldo del puchero de otros mares más orientales.
Pero si algo recuerdo siempre de Huelva, son sus atardeceres, sobre todos en la playa en tardes de marea baja y paseos inacabables, aunque nunca podré olvidar aquel desde el Conquero que se me grabó en el alma, quizás desde aquel día guardamos un cariño especial hacia esta tierra y hacía la Virgen de la Cinta, en que disfrutamos como nunca de un atardecer al contemplar la ría con las mágicas tonalidades que el cielo de Huelva puede brindar ante nuestros ojos, y es que Huelva encierra mucho más que lo que muchos se creen...
Y quien no se lo crea, que vaya a Huelva, suba un atardecer al Conquero y disfruter de un atardecer frente a la Ría.