miércoles, 21 de julio de 2010

Nuestra libertad



Has aparecido en medio de una limpieza, entre viejos apuntes de 1º de BUP, de aquellas Matemáticas de la inolvidable Doña Carmen, de folios amarillentos y tinta negra de estilográfica, cuidadosamente doblada por la mitad, sujeta por un clip a un programa de mano con una pintura que representaba el sueño triunfador de un muchacho y una crónica de ABC firmada por Fernando Carrasco.
Allí estabas, con los bordes ligeramente rosados y una esquina ligeramente doblada; la publicidad de Rives y el reglamente recordando la prohibición de tomar imágenes; por delante el precio, 300 pesetas del año 90 y la imagen de una larga cambiada de rodillas con la marca de gráficas Raimundo. Y nos recordaste la historia de una libertad, de un camino en un campo sin puertas que iniciábamos, como es el de una afición libre que a veces se convierte en una pasión llena de sentimientos.
Es el recuerdo de la primera vez que pisamos una grada de sol para una novillada nocturna, sin compañía familiar alguna, éramos sólo tres quinceañeros que por primera vez cambiábamos lo que podía haber sido una tardenoche de julio, de cine de verano en el Avenida de Pagés del Corro (y la campanita del colegio del Rosario especialista en cargarse el mejor momento de la película) por el supremo rito de una noche en la Plaza del Baratillo, eran otros tiempos, sin las indecentes neveras que ahora pueblan tus tendidos, con gente que venía de los pueblos para ver y acompañar a los novilleros que estrenaban el miedo de su primer compromiso importante, de fotos en la Puerta Principal con los arcos maestrantes poniendo planta de figura en tarde farolillos y seda de estreno, mientras la realidad marca un fondo desierto de ladrillos caldeados por el sol y la seda alquilada del vestido en oro, gastado de tantas tardes de talanquera y capeas por esos pueblos de Dios por quienes como ellos aquel día estrenaron la ilusión de vestirse de luces.
En el cartel tres torerillos anunciados, José Manuel Romo de Sevilla, el utrerano Miguel Ángel Rondino y Alonso Sánchez de Palma del Río los novillos de Felipe Navarrete. En la Puerta de Cuadrilla, sin los del castoreño, sólo un tiro de mulillas.

Todo esto anteriormente descrito, no hubiera tenido sentido si no hubiéramos tenido unos padres que permitieran que se forjara con total libertad en nosotros una afición hacia la fiesta, la libertad de permitirnos acudir a una plaza de toros, esa libertad de la que hoy quieren privar a tantos ciudadanos, esa libertad de doble moral, que en ciertos partidos políticos para algunas cuestiones moralmente menos justificables obligan a una disciplina de voto, y que para otras dan una cierta libertad para ser políticamente correctos.
Ahí está ese Partido, que gobierna tanto en nuestra tierra como en Cataluña, y que mientras aquí es el gran defensor de la fiesta porque los toros dan votos y permite a algunos pasearse como “pedro por su casa” por los callejones de las plazas de toros, en Cataluña rompen la disciplina de partido para no perder más votos de los que ya han perdido por sus propios desaciertos en otras cuestiones baladíes, impidiendo la libertad racional de acudir a los toros.

1 comentario:

La gata Roma dijo...

Esto es ventolera, en Francia ahora resulta que ir a los toros está de moda, y es de intelectuales como en los tiempos de Buñuel…
Y pese a todo, a mí leyéndote se me ha ido la mente a otras lides… vestidos alquilados, miedo y respeto maestrante, el paso por mil pueblos de Dios.. Quizás a algún torero de ahora, de esos que a empresarios gusta poner en cartel porque son mediáticos y llenan media plaza, le faltan un poquito de esas cosas que señalas…

Hace demasiado que mi almohadilla no sale de casa, habrá que remediarlo…

Kisses