La otra mañana por motivos estrictamente profesionales tuve que acudir a la calle San Fernando y a la vuelta sentí necesidad de entrar en la antigua Fábrica de Tabacos, y en una de las paredes de la Facultad de Derecho, encontré esta sentencia de leguleyo que me trajeron recuerdos de otros tiempos, de aquella carpeta de sabor taurino, de aquellos apuntes, de ella y de sus paranoias, de aquel Aula Magna, de aquella niña que me huía con su carpeta cofradiera, de aquella otra con la que crucé tantas miradas sentado en aquella Biblioteca del Rectorado y con la que jamás cruzamos una palabra, de las tertulias taurinas, de los cafés en Derecho o en Guadalprado, de Alfredo y sus historias de tuna, las ocurrencias de Guillermo, de mi compadre y sus cosas del Betis y San Isidoro, de volver a casa con Ramón comentando mil historias... de un plumazo recordé tantas cosas y pensé si realmente entonces fui yo, quien había perdido el juicio…
Gracias a mi Catedrático, hoy se que la vida sigue y no se para, y que por mucho que te estanques y entonces perdieras el juicio, siempre se abren nuevas puertas y oportunidades en la vida que te demuestran a ti mismo lo que puedes llegar a valer.
1 comentario:
Me ha encantado. Tal vez porque me encantan estas “pequeñas cosas” tan a lo Serrat, que aparecen de momento y te traen muchos recuerdos del pasado en un segundo.
Kisses
Publicar un comentario