domingo, 31 de octubre de 2010

En sus manos


Hay días en los que como hoy, sólo nos queda aferrarnos a las manos del Señor, porque sólo Él sabe, el porque de los designios de esta vida.

viernes, 29 de octubre de 2010

Romero de nostalgia



Han pasado ya diez años de aquel adiós en silencio, diez años de aquella mañana de romero en las solapas, en aquel festival en la modesta plaza de Carros de La Algaba. Plaza modesta, pero no por ello menos grande, que aquellas otras plazas de primera, donde se forjó la leyenda de un torero que sobrepasó a generaciones. 
Diez años del adiós de un torero distinto, diferente, quizás único e irrepetible, al que muchos quisieron imitar mas ninguno supo igualar y que aún hoy, es referente para tantos torerillos que empiezan en  nuestro mediodía español.
Diez años de aquella mañana, en que exiliados de la Maestranza, ante los desacuerdos con la empresa; con aquel San Miguel de caídas de carteles y partes facultativos frescos en la memoria; y con el beneficio de ANDEX, rompieron el paseillo en aquella plaza de carros, que tanto sabor tenía aquel día de Estoril taurino, Curro y Morante, genial mano a mano entre el eterno torero de Sevilla y el joven en quien se depositaban las eternas ilusiones de quien debía de asumir el cetro taurino de la ciudad de la gracia.
Nada más hubiera pasado, de no ser, cuando con la tarde ya vencida, sonó rotunda en Radio Nacional de España la voz del Faraón que anunciaba que se acababa de retirar de los ruedos.
Así, sin más, casi sin inmutarse, se iba una leyenda eterna del toreo, y se llevaba con sus palabras para siempre a su gente esperándolo en el callejón del Iris, las matitas de romero en la solapa, el respeto de verlo liarse el capotillo de paseo, el paseillo con su montera calada con esos sus andares tan característicos, el saludo al usía, el verlo cambiar la seda por el capote de percal, y así tantas cosas únicas incluso hasta cuando la montera decía no...
Todo era ya distinto para quienes lo seguían, con independencia de su cuna, porque el arte no entiende de latitudes y sí de sentimientos, si bien Sevilla y Romero se compenetraban ,una con el otro y así, bien pareciera, que un recibo a la verónica era la carta de amor de un enamorado que se remataba con el beso de una media verónica.
Pero una vez retirado el mito, todo era ya distinto, y así la ciudad huerfana de su amor sentía el dolor de lo que había perdido y en pleno corazón de Sevilla, en la plaza de Santa Cruz, empezaron a sonar los sones eternos de Amarguras interpretados por la banda de Tejera.
La razón no era otra que Pepín Tristán, que en ese instante acompañaba al paso de gloria de la Virgen de las Nieves, al enterarse de la noticia, mandó cambiar a los músicos la partitura prevista y ordenó que sonaran los sones de esa música que mejor simboliza lo que un sevillano y un currista de pro, como lo era el propio Tristán, podría sentir en ese momento.
Hoy diez años después, Sevilla sigue echando de menos a su torero, quien bien parecía, que vencía al tiempo y a la vida, quien transmitía el sentimiento de saberse y quererse currista entre generaciones que entroncaban abuelos, padre y nietos.
Y así, ungida por la nostalgia, como volviendo a escuchar los sones de Tejera en aquella noche de otoño,  la ciudad en silencio, ha vuelto a colocarse una matita de romero en la solapa; nada es ya como antes, y sabe que con aquel adiós por las ondas, aquel vencedor del tiempo se fue pleno de gloria sin la necesidad de tener, como otros, que arrastrar su adiós por las disintas plazas de toros de las Españas para reverdecer los secos laureles de otros tiempos.
La hermosura, como dijo el poeta, pasa en un instante pero permanece eternamente en el recuerdo, y así  Romero permanece eterno en la memoria de quienes un día lo vieron torear parando los relojes de la vida.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tañidos de laúd


Para Juan Antonio
Desde su raída funda, el viejo laúd en silencio nos ha recordado la fecha, esa misma que coincide en el calendario con la primera vez que cruzamos un sábado el umbral de la vieja Escuela para una aventura desconocida que se nos abría ante nosotros.
El viejo laúd sabe perfectamente que, cuando octubre busca las tablas para buscar una noche de muertos y tenorios, su caja guarda resonancias de ese pasado que nunca olvida de aquellas madrugadas tan hermosas, tañendo; bajo un bacón perdido en cualquier callejuela del brujo Barrio; aquellas melodías tantas veces machacadas, en la oscuridad de aquella habitación con aquel viejo escritorio en el que se depositaron por entonces, aquellos primeros apuntes subrayados.
Como cada octubre, por las mismas fechas, el viejo traje escolar que antes salía casi semanalmente, aguarda las fechas de los gozos de diciembre para volver a salir, sin dejar de olvidar aquellos días en que el verdemar era casi una ilusión inalcanzable que dormitaba en las aguas de Mercurio e incluso aquel traje una quimera de medias verdes al que sustituía un disfraz o aquella bata blanca de urgencias en aquel viaje de la vida tunantesca.
La vida pasa y hoy, cuando la oscuridad del otoño nos cobija, vuelve a renacer la ilusión como aquel primer día, en que sin ser nada ya lo éramos todo, un sueño de juventud, una fantasía, una canción, una cinta bordada al viento, tres golpes de pandereta o el bordoneo de una guitarra…
Sí, ya se que cada día soy más viejo, y que ya peino algunas canas (aunque siempre me queda el consuelo de que otros ya apenas peinan nada), pero no puedo ni quiero olvidar aquella primera vez que cobije mi amor bajo una capa, y por eso hoy, sentado en este viejo sillón ante el que la vida pasa, he sacado el viejo laúd de su funda deshilachada y he tocado aquellas primera notas, melodía con sentido, que aprendí una lejana tarde de otoño de un día como hoy, en el que realmente, quizás ahora como entonces, no era absolutamente nada.

sábado, 23 de octubre de 2010

Luna de otoño


Tienen estas noches tibias de octubre, aires de primavera, como de cuaresma adelantada, sólo que en vez de traernos la luz de pascua florida, esta espera se romperá con los fríos que irán anunciando los gozos de diciembre, pero mientras esperamos el aroma del primer brasero, el aroma del café de una tarde de domingo entre delicias de convento; bollitos, yemas o tortas de polvorón; nos han llegado como cada octubre los sones de quienes rezan por sevillanas ante la Virgen Chiquita, aires trianeros por el mes del rosario, recuerdos antiguos de San Jacinto nostalgia aprendida que ya empezamos a legar a quienes hoy estrenan por primera vez una cinta verde de la que pende una pequeña medalla...

Y a la vuelta del barrio, tras santiguarnos en la capillita del Carmen en nuestro regreso a Sevilla, con la espera de volver siempre al barrio de nuestra vida, vimos por los ojos del puente como la luna llena de otoño se reflejaba en el río, con el plenilunio de octubre sentimos la brisa fresca que subía desde Sanlúcar y al volver la vista atrás, vimos el barrio iluminado con en el resplandor del recuerdo de tantas cosas que ya se fueron y que sólo la vida sabe si un día volverán.

lunes, 18 de octubre de 2010

Un sueño cumplido


No tenemos noción de la primera vez que entramos en aquel Colegio de la calle San Vicente, pero si tenemos claro que quizás nuestros primeros recuerdos, los más tiernos e inocentes, tienen mucho que ver con aquel Colegio de las Madres Mercedarias de la Asunción.
Pero entre tantas memorias mezcladas con el olor de la plastilina y de los lápices de cera , el baby verde, las meriendas bajo la ojiva escondida, las hojas de la adelfa que servían de cuchillos de piratas en juegos pueriles, la clase de la Madre Mercedes con su eterno acento galleguiño, la seriedad de la Madre Mariluz, el terremoto de la Madre Maria Luisa o la disciplina de la Madre Trinidad siempre endulzada con un caramelo en el momento oportuno, han hecho que a pesar de los años que han transcurrido desde entonces, siempre que volvíamos a pasar por la puerta nos vinieran aquellos recuerdos más tiernos vividos en aquel nuestro Colegio de las Mercedarias.
Por eso, cuando nos enteramos de que la imagen fernandina de la Virgen de la Merced iba a salir a la calle con motivo del cincuentenario del Colegio, de nuestro Colegio, no lo dudamos un instante y buscamos por el soberao el viejo costal y la faja de costalero y nos decidimos a hacer realidad aquel sueño de niño de tardes de mayo con flores a María, de ver en un paso a aquella Virgen tan alta a la que depositábamos aquella nuestra ofrenda de claves 'rosa dulcenombre'.  
Cuando se habla de devociones, no atendemos a polémicas ni a formalismos y como todo en esta vida puede ser mejorable, pero a lo hecho, como dice el refrán, pecho y la frente bien alta.
Por ello sólo nos quedamos con la realidad vivida, sesenta y dos años después de aquella vez que le dio el sol a la imagen fernandina, la misma imagen a la que hace más de treinta años musitábamos nuestras primeras oraciones y que hizo realidad la fantasía de aquel niño de uniforme, pantalón y jersey azul, camisa blanca y corbata escocesa, y que hoy, ya un hombre, padre de familia, cumplió aquel sueño de ser su costalero.
Pero no sólo queda ahí esta historia, nos quedamos  con las sonrisas de nuestras madres, esas que lo vivieron in situ, y aquellas otras que sabemos que lo vivieron desde el cielo junto a su Comendadora, pues sólo allí es donde pueden estar aquellas con las que un día, empezamos a aprender, ese juego maravilloso de la vida.

domingo, 3 de octubre de 2010

Martillos de luto

Para quienes durante años hemos formado parte del cortejo del palio de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, la madrugada está llena de sonidos propios de esa noche, que mezclados con el silencio respetuoso de quienes ven pasar la cofradía conforman esa otra banda sonora de la Semana Santa sevillana, que no tiene porque ser siempre el del bullicio del gentío o el dulce redoblar de los tambores o la fuerza suave del trío de una marcha en una esquina.
Así a los sonidos íntimos de nuestra madrugada, esos que conforman los golpes secos de las canastillas, el pisar del pie desnudo del nazareno, el crujido silente de las cruces de los penitentes tras su paso, el roce de las bambalinas del palio de cajón con los varales o la voz de la saeta que canta rompiéndose la garganta por una promesa, se une aquella voz  de mando de sus capataces, sobre todo en aquellos lugares donde su buen hacer se demuestra por la veteranía y la destreza de la sabiduría que se traspasa por generaciones, de padres a hijos, de abuelos a nietos sabiéndose imponer, sin una voz de más y sin un mal gesto, al buen discurrir de la cofradía en los momentos más esperados y más dificultosos. Y aunque esa voz magistral hace algunos años que no nos acompañaba, no por ello había dejado de formar parte de nuestros recuerdos.
Siempre hemos escuchado en casa hablar con admiración y respeto de la familia Ariza, y quizás por ese magisterio aprendimos a venerar esas formas, que desgraciadamente no pudimos vivir con ellos bajo los pasos, y que ya hicimos tangente en este Soberao cuando Pepe Ariza anunció su retirada de los martillos.
Por eso hoy, cuando se hace ausencia para siempre la voz de Rafael, decano y maestro de capataces, persona buena donde las haya con quien compartimos más de una vez conversación, y cuando lo lloran en silencio sus gentes de abajo, nos acordamos y de que manera de sus formas en estos últimos años en la Hiniesta, San Esteban, la Soledad y especialmente ante el palio de su Virgen de la O.
Hoy cuando su voz de mando se ha apagado, y los martillos se visten con el luto de los ternos y las corbatas negras de quienes se ponen delante, sabemos que su magisterio no se habrá perdido, pues permanecerá para siempre vivo en las voces de sus hijos, herederos de unas formas y un estilo que se ha transmitido de generación en generación desde el Viejo hasta el último de quienes tienen la estirpe de este apellido que lo es todo en nuestras cofradías.