Paseando por la calle San Luis, casi llegando a San Marcos, me encontré con el azulejo de Manuel Vallejo en su casa natal de la calle Padilla y por aquello de la Bienal de Flamenco y de sus recorridos culturales me vinieron a la memoria los sonidos de aquellos viejos discos de flamenco de mi abuelo, donde primaban sobre todo los de Vallejo junto con aquellos otros de El Carbonerillo o los de Manolo Caracol…
Manuel Jiménez Martínez de Pinillo, en los escenarios Manuel Vallejo,perteneció a la denominada Opera Flamenca dentro de la Edad de Oro del flamenco, y tras obtener la Copa Pavón en 1925 recibió la II Llave de Oro del cante de manos del mismísimo Manuel Torres un año después, en plena polémica con Centeno.
Pero para muchos aficionados, Vallejo fue mucho más que los datos anteriores, fue el espejo donde se miró una generación de cantaores, ya fueran profesionales o aficionados, en Vallejo se vertían las enseñanzas aprendidas en la Alameda en el kiosco del Pinto o en los cafés cantantes.
Vallejo modernizó la bulería, dándole el canon actual, si bien fue por seguiriyas el cante que mejor y más sentía como propio y la saeta su estandarte.
Devoto del Señor del Gran Poder, mi abuelo nos contaba de aquel año en que por circunstancias de la época no hubo Cofradías y cumplió su promesa de cantarle al Señor aquella saeta que está ya grabada a fuego en mi memoria:
Manuel Jiménez Martínez de Pinillo, en los escenarios Manuel Vallejo,perteneció a la denominada Opera Flamenca dentro de la Edad de Oro del flamenco, y tras obtener la Copa Pavón en 1925 recibió la II Llave de Oro del cante de manos del mismísimo Manuel Torres un año después, en plena polémica con Centeno.
Pero para muchos aficionados, Vallejo fue mucho más que los datos anteriores, fue el espejo donde se miró una generación de cantaores, ya fueran profesionales o aficionados, en Vallejo se vertían las enseñanzas aprendidas en la Alameda en el kiosco del Pinto o en los cafés cantantes.
Vallejo modernizó la bulería, dándole el canon actual, si bien fue por seguiriyas el cante que mejor y más sentía como propio y la saeta su estandarte.
Devoto del Señor del Gran Poder, mi abuelo nos contaba de aquel año en que por circunstancias de la época no hubo Cofradías y cumplió su promesa de cantarle al Señor aquella saeta que está ya grabada a fuego en mi memoria:
«Descubrirse, hermanos míos,
vamos a hincarnos de rodillas,
que ahí dentro está el Gran Poder,
honra y gloria de Sevilla,
que no nos lo dejan ve!».
vamos a hincarnos de rodillas,
que ahí dentro está el Gran Poder,
honra y gloria de Sevilla,
que no nos lo dejan ve!».
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