Puntual a la cita, como cada año, a una semana de los días señalados, se han bajado del soberao las talegas que contienen los lienzos que habremos de vestir un día al año en esta vida y eternamente cuando sea el Gran Poder quien salga al encuentro de nuestra vida.
En las talegas viene el olor inconfundible de la hermandad de nuestra niñez, esa que parece se quedó para siempre jugando en la plaza más bonita del universo, esa que trae los aromas inseparables de la calle Alcoy, olor a cera virgen en el casinillo de la Capilla de los Peragullano, esclavina de tercipelo azul y flecos de oro, dobladillos que se echaban cada año, túnicas de hilo gallego, cruz trinitaria...
Pero también vienen el olor que desprende la túnica de ruán, esa para la que estábamos predestinados desde nuestra niñez, esa que vestimos por primera vez cuando apenas eramos un imberbe adolescente, el ruán de esa hermandad de nuestro día a día, la que nos enseñó tantas cosas, de la que aprendimos unas formas antiguas, que nunca cambiaron a pesar del curso de los tiempos y que cuando alguna vez se desbordaron, siempre supieron volver como un río a su cauce, sin los traumas ni las perdidas de las maneras de siempre y que permanecen, igual que ayer, cual película de nuestra vida, que recuedan aquellas imágenes deliciosas de Currito de la Cruz en la versión muda de Pérez Lugín.
Junto a los lienzos antiguos de las túnicas, vienen los machos de cartón, vulgo capirotes, las sandalias y el aroma inconfundible de los espartos, ese que nos recuerda a la Plaza de la Alfalfa y aquel día, cada vez más lejanos en que con nuestro padre fuimos a hacernos aquel cinturón que sustituimos hace poco, porque aunque nos aferremos a ello, ya no somos aquel niño de aquella alternativa junto a nuestro Gran Poder. Pero con ellos, siempre vuelve ese aroma tan característico del esparto, labor de pueblo llano, que perfumarán la habitación mientras esperan enrollados en cualquier rincón, el momento de ceñir las túnicas, la blanca del Martes y la negra de la Madrugada.
Poco queda, para que llegue el momento que mi madre espera todo el año, mientras tanto el olor de los espartos acompañará nuestra espera y permanecerá durante algunas fechas, cuando haya pasado absolutamente todo y la rutina de los días, nos inunde de nuevo con la nostalgia de lo vivido.
1 comentario:
Enhorabuena por la forma de describir una situación, un olor y una tradición.
Bonita entrada.
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