En la mesilla de noche, junto al rosario desgastado, en una vieja bolsita, estaba aquella medalla, reliada en aquella cinta verde manchada y con aquella divisa grabada, Esperanza Nuestra.
Cada vez que nos descubrían sacándola, su dueña nos contaba aquella historia de que estaba hecha con restos de metralla y de cómo había sido recibida de hermana ante el cajón que ocultaba a la Esperanza y del aroma que desprendían aquellos nardos.
Días antes de marcharse con su Esperanza, la dueña de aquella medalla, mi abuela, nos la dio para que se la guardáramos para siempre, y desde entonces, se encuentra en nuestra mesilla de noche junto a aquella otra medalla de cordón morado de Nuestro Catedrático que ella nos regaló un día.
Cada Jueves Santo, cuando los pulsos se aceleran ante lo que nos aguardan las siguientes horas, aquella medalla de la Esperanza Nuestra se prende del lienzo de rúan de nuestra túnica, oculta tras aquel escudo antiguo que tanto sabe de aquellas madrugadas junto al Cisquero y cuando llegamos a San Lorenzo, tras dirigirnos al Monumento, le rezamos arrodillados una Salve, en memoria de aquella que nos regaló su medalla, a aquella Esperanza, Macarena, Nuestra, que nos espera cada día en el azulejo de la bajada del camarín del Señor, igual que posiblemente en ese mismo momento, cumpliendo el rito de la Concordia, que ya traspasan los siglos, haya otros cinco nazarenos de San Lorenzo arrodillados a los pies, del paso de palio de la Esperanza en su Basílica.
Cada vez que nos descubrían sacándola, su dueña nos contaba aquella historia de que estaba hecha con restos de metralla y de cómo había sido recibida de hermana ante el cajón que ocultaba a la Esperanza y del aroma que desprendían aquellos nardos.
Días antes de marcharse con su Esperanza, la dueña de aquella medalla, mi abuela, nos la dio para que se la guardáramos para siempre, y desde entonces, se encuentra en nuestra mesilla de noche junto a aquella otra medalla de cordón morado de Nuestro Catedrático que ella nos regaló un día.
Cada Jueves Santo, cuando los pulsos se aceleran ante lo que nos aguardan las siguientes horas, aquella medalla de la Esperanza Nuestra se prende del lienzo de rúan de nuestra túnica, oculta tras aquel escudo antiguo que tanto sabe de aquellas madrugadas junto al Cisquero y cuando llegamos a San Lorenzo, tras dirigirnos al Monumento, le rezamos arrodillados una Salve, en memoria de aquella que nos regaló su medalla, a aquella Esperanza, Macarena, Nuestra, que nos espera cada día en el azulejo de la bajada del camarín del Señor, igual que posiblemente en ese mismo momento, cumpliendo el rito de la Concordia, que ya traspasan los siglos, haya otros cinco nazarenos de San Lorenzo arrodillados a los pies, del paso de palio de la Esperanza en su Basílica.
6 comentarios:
No hay mejor día que hoy - LAESPERANZA- para desearte LO MEJOR, para tí y los tuyos. No solamente en estas fechas tan entrañables, sino POR SIEMPRE JAMAS
Un abrazo. naturaldesevilla
Amigo Pepe Luis, preciosa entradad. Muy emotiva y cargada de recuerdos.
Hablando de medallas, mi abuela tiene la de mi abuelo, que en Paz Descanse, colgada en su cama. La de cabo morado que acompañaba esa Zancada universal.
Mi primo es nazareno del Señor y desde su casa tiene que pasar por la Basílica de la Esperanza, dónde entra para desearle Feliz Estación de Penitencia, y luego acude junto al Señor y Su Madre para ver desfilar a los armaos.
Concordia y Esperanza. Sentencia y Gran Poder. Mayor Dolor Traspaso y Macarena.
Un abrazo fuerte amigo.
Ayer estuve allí, viéndola de cerca, y con la mejor compañía.
Es única.
Excelente texto. Muy bonito.
Precioso, querido Pepe Luis. Me ha encantado.
Hermoso texto más que escrito, tallado con la gubia de nuestros mejores sentimientos.
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