Sesenta y un años ya de aquella tarde, de aquella corrida del hierro de Miura que iba para Murcia, toda una vida desde que aquel toro de nombre Islero provocara la tragedia que conmocionaría a España entera y al orbe taurino como no se conocía, desde la muerte de José en Talavera, y que convertirían a su matador en mito de la fiesta.
Cuando en estos días los medios, vuelvan a interesarse por otras cuestiones más humanas alejadas de la tauromaquia que rodearon al Monstruo de Córdoba, y el morbo, protagonista real de nuestro tiempo, preferirá ahondar en historias que circulan alrededor del torero, que si Antoñita (Lupe Sino), que si las causas reales del óbito, que si la película que no se estrena, que si Adrien Brody y Penelope, que porqué en el Museo Taurino de Córdoba esta la piel y no la cabeza de Islero o barbaridades mayores como la que dijeron en cierto programa hablando de descabellos y presos políticos, va desde aquí nuestro homenaje al torero que ha sido columna capital de la tauromaquia que ha llegado a nuestros días...
Y así hoy, me he encaramado a mi Soberao y he buscado en esa vieja caja de zapatos con fotografías taurinas esa foto del diestro cordobés en la Maestranza.
Ahí está el torero en un pase por alto, como dijera Clarito, 'seriedad apellidada senequista' en la mirada y en el gesto y al fondo los arcos de nuestra Plaza. Creemos adivinar en esta fotografía, la forma de ser de ese rincón del sur, al pie de la Sierra Morena, las formas heredadas que en otras artes y ciencias llevaron Séneca, Maimonides, Averroes o Góngora... ahí está, Manuel Rodríguez de Córdoba, Manolete en los carteles, cual albo lírio que ni se inmuta, clavadas las zapatillas en el álbero maestrante, cuando el toro pasa. Como un junco de los que crecen junto al Padre Betis en sus orillas cordobesas, al que cimbrea la corriente pero que a pesar de ella, permanece estático y esbelto... Ahí están el temple de sus muñecas, inigualables, pero igualmente, el hombre con la emoción serena, apolínea, vertical. Ahí, en su figura recta e impavida, lleva latente toda la majestad cordobesa, de este Califa del toreo.
Cada finales de agosto, se repite la misma historia, vestidos rosa y oro, cuadrillas desmonteradas, entre tanto rito resurge el mito y nosotros escuchamos en el viejo disco de Tejera los sones del pasodoble más solemne, mientras recordamos aquellos versos del romance de Gerardo Diego dedicados al torero:
como el río a la mar.
A la mar de la muerte,
tus alamares van.