viernes, 31 de diciembre de 2010

Gran Poder de nuestras vidas


Un año más la lluvia nos ha acompañado en este último día del año, pero no por ello hemos desistido de llegar ante Ti; por primera vez, hemos ido juntos, en familia, como cualquier otro viernes del año, llevando de la mano a quien está llamada a heredar el legado que nuestros padres recibieron de nuestros abuelos, y que un día depositaron en nosotros, para que desde su pequeña inconsciencia vaya llenándose de esa fe que se transmite por generaciones.
Porque se va este año de alegrías, sabor  agridulce en reencuentros de guardilla y amargos sinsabores de cardos, en que al igual que se fueron para siempre momentos inolvidables de nuestras vidas;  el morado Gran Poder supo aliviar las nuevas ausencias en aquellos días en que entendimos realmente  la ternura de tu mirada.
Por eso este año hemos vuelto a cumplir el viejo rito que se pierde en el tiempo, como no cayeron en saco roto las pisadas de nuestros antecesores sobre el viejo mármol de la secreta Capilla de Alonso Fernández de Treviño, protestaciones de fe que se traspasaron con la sangre, -Corazones Traspasados siempre presente en nuestras vidas-,  de padres a hijos, de la parroquia al templo, de abuelos a nietos,  más tarde Basílica, igual que nos acercaremos el seís de enero a poner la mano sobre el Evangelio y besar el Libro de Reglas.
Así Señor te hemos contemplado, en el frío de la lluviosa mañana, revestido de Epifanía, Persia en San Lorenzo, realeza y majestad de tu Gran Poder que en estas fechas se manifiesta en el Alfa y Omega de esa túnica que encierra la teología de un pueblo, que siempre se pone en tus manos, porque en ella está su verdad, porque la vida pasa, pero Tú Señor, siempre permaneces.
Y es que en tus manos, Señor, Gran Poder de nuestras vidas, se sostiene el fin y el principio de nuestra propia existencia.

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