Los toros quitan, pero a veces también dan y hoy le ha dado a Sevilla un torero para volverse loca y seguir soñando.
La corrida de Jandilla, anunciaba al genio de la Puebla y a Roca Rey, que venía buscando reventar Sevilla para demostrar quien manda en el toreo y junto a ellos, Pablo Aguado, aspirante al trono vacante del corazón de Sevilla.
La vida a veces tiene cinco minutos que pueden darle un vuelco, y eso fue lo que pasó, durante la faena del tercero, que con una faena medida la plaza se convirtió en un manicomio mientras sonaban los compases de Dávila Miura. !Cuanta verdad entre la naturalidad y la elegancia!, Pablo Aguado bordó el toreo y Sevilla quedó embelesada del torero. En el sexto, Sevilla suspiró enamorada, con un quite a la verónica rematada con dos medias, que valían el precio de la entrada, y en la que rompió a sonar la música, el genio de Morante desempolvó el gallego del Bú, para sacarlo del caballo y Pablo le dió la réplica por chicuelinas. Por esos momentos la plaza ya estaba embriagada de amor nuevo y para aún calentar más, el gran Iván García puso el par de la Feria entre sones de Tejera y la plaza en pie.
La faena al sexto, fue como el primer beso de enamorados, y Sevilla preñada de amor por Pablo Aguado le concedió la dicha de ver el atardecer de Triana, a hombros desde el Paseo Colón. Desde el cielo de Triana, seguro que alguien ha disfrutado viendo a un TORERO con mayúsculas.
Pero la corrida tenía más que contar, pues herido en su amor propio, Morante, que vestía un precioso terno calabaza y azabache, espoleado en su orgullo, sacó todo un compendio de tauromaquias, con un quite a la verónica con aromas de San Bernardo, Triana y la Macarena. Inició la faena inusualmente de rodillas, derramando de torería, todo el albero de Sevilla mientras Tejera le tocaba La Giralda, ¡ y tras entrar a matar a ley, en la agonía del toro, aún tuvo tiempo el genio de la Puebla para sacar el pañuelito del bolsillo de la chaquetilla y reeditar aquella estampa de La Lidia de Curro Cuchares. La vuelta al ruedo, entre aclamaciones, recordaba aquellas vueltas de otros tiempos.
Por su parte Roca Rey en su primero demostró que venía a reventar Sevilla, con un valor para llenar diez plazas, pero la colocación de la espada en una faena venida a menos le privó de un premio mayor.
Mientras Sevilla, en tremenda borrachera de arte se llevaba en volandas al torero por el que ya suspira, dispuesta a darle la silla de su tauromaquia, en la antigua grada del Siete entre sonrisas se derramaban lágrimas de emoción. La vida es así.
Foto: Roberto Pardo (@robertopardo10)
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