Hemos cumplido el rito de cada Domingo de Resurrección de volver a reencontrarnos con el dios Uro en el templo sagrado de la tauromaquia. La vida y la muerte, que en estos días paseó por nuestras calles, cambia de escenario y troca adoquines chorreados de cera por albero pintado de almagra, como intentando rebuscar en el paisaje de la gran urbe la nota campera de un tiempo perdido. Saludos en los lugares de costumbre, oración ante la Caridad y piropo a la Piedad con forma de verso de Florencio, entrar a la grada, sagradas columnas que enmarcan la gloria y los sones de Tejera que ya anuncian el despejo, cruz en el tercio, paseillo de capotes de luces, minuto de silencio, clarines y la vida que sale por los chiqueros...
Y sobre el papel un cartel de gusto y garantías, Ferrera, novedad en la fecha, Manzanares, consentido de la plaza y Roca, que aspira a ser Rey del toreo de nuestro tiempo y los toros de Victoriano del Río con su pelaje aún de invierno venidos desde la sierra de Guadalix.
La tarde nos tenía reservada la gloria del toreo natural, con Roca Rey dibujando momentos de gloria, pero con Ferrera, triunfador de la temporada anterior, regalándonos momentos sublimes, por distintos, por llenos de torería, por ser capaz de mostrarnos la facilidad de torear con todo el cuerpo. Así avanzaba la faena del 4º y Tejera rompió a sonar con los sones cofradieros de Dávila Miura, y ahí nos embriagamos del arte del polilla vestido de seda y oro. Cuando ya terminada la faena el torero recorría triunfalmente el anillo, alguien nos recordó de su evolución en estos últimos tiempos, y pensamos para nuestros adentros, mañana cuando todos hablen de Roca Rey, nosotros nos acordaremos de Ferrera, ¿por quien te vió y no te recuerda...?
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