Volvían los Torrestrella a Sevilla tras el gran triunfo del año pasado y
tenían enfrente a una terna de sevillanos necesitados de gloria, con un Javier
Jiménez, que año tras año tiene que buscar los contratos a base de estas
oportunidades, un Lama de Góngora que tras sus comienzos prometedores, con la
gloria de haber cruzado un día la del Príncipe, ha conocido la otra cara de la
fiesta, permaneciendo dos años en México y Pablo Aguado que toreaba su primer
festejo de luces tras su alternativa por San Miguel. Estas oportunidades a
veces, cuando el triunfo es necesidad, traen más veneno que otra cosa, por eso
hay que valorar a quien sabe aprovecharlas, y si hay un nombre a destacar de
este festejo, este es sin duda el de Pablo Aguado.
Pablo, es distinto, con un marcado sentido del temple, y sobre todo algo que
no se aprende y que se llama naturalidad. Es cierto que debe de mejorar con la
espada, que de haber acertado en su primero, quien sabe si no estaríamos
hablando de un triunfo mayor, porque sin espada no hay paraíso, pero la torería
con la que anduvo sobre el albero hace que den ganas de volverlo a ver. En el gusto
de lo distinto está la virtud y Pablo Aguado nos gusta porque atesora en sus
manos la sensibilidad tan distinta, de la naturalidad conjugada con el toreo
eterno.
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