Como cada año, en este día, cuarenta ya, aquí están, las torrijas que vienen del alma, llegan enmeladas de estrellas, con el sabor que impregnan los caldos de Sanlúcar, de unas manos, que siguen guiando a otras manos que aunque aquellas ya no esten, su sello siempre permanece como mejor regalo de este día.
Traen estas torrijas de hoy, el sabor de lo cotidiano, que se transmite en los mismos fogones, y aunque pasen los años, son fieles a su cita, porque ellas no entienden de ausencias y si de la presencia que se mantiene en quienes nunca se fueron, porque siempre están muy firmes en nuestro recuerdo.
Y así, con la vira de oro de esta tarde de marzo, han vuelto, como las colas ante ese Cautivo en San Ildefonso de viejas estampas guardadas en desgastados devocionarios, y como los besos del Talón de San Lorenzo, esos que hoy se comparten con las manos de una Madre, manos que hoy se ofrecen y nos traen el mejor regalo, el de las torrijas que siempre vuelven cada siete de marzo.
Traen estas torrijas de hoy, el sabor de lo cotidiano, que se transmite en los mismos fogones, y aunque pasen los años, son fieles a su cita, porque ellas no entienden de ausencias y si de la presencia que se mantiene en quienes nunca se fueron, porque siempre están muy firmes en nuestro recuerdo.
Y así, con la vira de oro de esta tarde de marzo, han vuelto, como las colas ante ese Cautivo en San Ildefonso de viejas estampas guardadas en desgastados devocionarios, y como los besos del Talón de San Lorenzo, esos que hoy se comparten con las manos de una Madre, manos que hoy se ofrecen y nos traen el mejor regalo, el de las torrijas que siempre vuelven cada siete de marzo.
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