La monotonía de estas tardes de Cuaresma en el despacho, se rompen con los
sones de los Gámez o los Font, la rutina de la tarde se hace más llevadera
escuchando los compases de Macarena de Cebrián, el sólo del oboe de un trío de capilla y por supuesto con el aderezo del humo del incensario que al estar
posado en la mesa nos trae recuerdos del pebetero.
Ese pebetero, que nos retrotrae a una tarde de primavera y a la plaza, siempre la Plaza, cuando el humo que
desprende envuelve de misterio la atmósfera que rodea al pasaje evangélico,
mientras que hoy, llena de aromas nuestra labor a la par que la luz va avanzando
cada tarde, siempre de frente, ganando con valentía la batalla de la primavera,
sobre el invierno que se aleja dejando los fríos de cada madrugada.
Las tardes de Cuaresma en el despacho tienen el perfume de la vida que nos
llevan irremediablemente hacia esa tarde en la que nos alejaremos para siempre
vestidos de nazarenos con el único perfume de su esencia.
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