Laetare, Jerusalem,
et conventum facite,
omnes qui diligitis eam:
gaudete cum laetitia...
En la Encarnación hasta las setas huelen al incienso del Valle, por Triana la Estrella ofrece sus manos y en cualquier esquina te sorprende la mudá de algún paso, mientras huele a tanichí de la limpieza de la vieja plata labrada. Igual que ayer, igual que siempre.
Ya todo se intuye, en la oscuridad del templo, aquel bulto cubierto de trapos, ha ido tomando forma, la luz dorada del canasto ha iluminado la estancia y la plata ha dejado las vitrinas para formar el mecano de la gracia donde reinaran las devociones que nos fueron legadas. Es tiempo de júbilo, nuestra alma vuelve a buscar el ayer, y nos hace capaces de hacer nazarenos de plastilina junto a nuestros hijos, ellos no lo saben, pero están jugando con sus padres sin saber que están jugando con aquel niño que un día fueron, y que si no fuera por la vergüenza, volverían a bajar corriendo de vuestra mano la rampla del Salvador. Regocíjate, porque es el tiempo de volver a reunirte con quien un día fuistes, en aquel lugar donde siempre vuelves, porque allí, en aquella Plaza, nunca habita el olvido.
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