Hace frío en el patio de Básica, allí estamos todos en fila, Álvaro, Pedro, Joaquín, Rubén, Mario, Emilio… Don Diego se pasea por la fila en este año tan especial para la comunidad salesiana y es que se cumplen cien años de la llegada de los Salesianos a España, concretamente a Utrera y nosotros, nuevos colegiales hemos estrenado hace pocos meses las maletas, de pronto D. Ubaldo ha subido a la primera galería y desde allí ha empezado a hablarnos de D. Bosco, en estos buenos días, de la víspera de la fiesta del fundador de la congregación salesiana. Entona el salesiano ese himno, que con el paso de los años no olvidaremos jamás, “Su concierto han entonado, las campanas clamorosas…” y que con los años apenas escucharemos por que con el centenario de la muerte de Don Bosco, sonaran aquellas otras letras de “Salve Juan Bosco Santo, joven de corazón…” Es un día festivo, mañana no habrá clases y el colegio se convertirá en el sueño de quien nos quería siempre alegres, un oratorio festivo. Tantos recuerdos se afanan en estos momentos en nuestra mente, días buenos que tapan los malos, donde el colegio era parte inseparable de nuestras vidas y de nuestros sueños. Hoy nuestra vida sería seguramente tan distinta si no hubieramos cruzado aquella casa de Triana donde los hijos de D. Bosco nos enseñaron a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos bajo la mirada de la Madre, pues Ella, como decía San Juan Bosco, lo ha hecho todo.
Era una calle en Sevilla, por la que nos gustaba transitar en Semana Santa para ir por ejemplo desde la Alcazaba a la Alfalfa los Miércoles Santo, por la que recortábamos desde Mateos Gago para ir al Antigüedades en las noches de los jueves de tertulia. Desde hace ya once años, Dios mío, como pasa la vida, un amigo de los de todos los jueves, hoy feliz padre de familia y por aquel entonces leguleyo de carpeta bajo el brazo no ha vuelto a pisar aquella calle. Es la calle D. Remondo, donde un día un hijo de puta con todas las letras tiñó con la sangre de dos inocentes aquellas flores, que una madre llevaba para que sus niños celebraran en el colegio al día siguiente, por casualidades del destino, la Jornada Mundial de la Paz.
Han pasado once años desde que aquella calle se convirtiera para mi en la calle alegre donde triunfaba la vida de nuestra ciudad en los días llenos de vida de la primavera, para ser la calle de la Muerte, casi se pueden contar las veces que he vuelto a pasar por la misma en todo este tiempo, siempre el mismo escalofrío, mi mirada evita siempre buscar el impacto en la pared que aún por allí anda y al mirar al suelo parece que buscaramos en los adoquines algún resto que pudiera devolver a la vida a dos jóvenes padres que venían de eso tan nuestro como es tomar una copa entre amigos.
Conocimos a Alberto en una campaña electoral que llevaría a Soledad Becerril a la alcaldía años antes, cruzamos entonces apenas algunas palabras, pero recuerdamos como una tarde de Navidad , sus últimas Navidades, nos saludo y nos felicitó las Pascuas por Triana acompañado de su mujer y de sus niños, recuerdo cuanto hizo por nuestro barrio este "alcalde" de Triana del que nos consta, como aún hoy hay quienes lo echan de menos cuando se acerca la corporación municipal bajo mazas en las grandes solemnidades.
Hoy, como entonces, ni perdono ni olvido, y como cada 30 de Enero y como cada día que me acerco a las esquinas de aquella calle, en otros tiempos querida y hoy maldita para mi, va mi recuerdo a quienes, murieron simplemente por pensar como todos (o casi todos) pensamos.
Por eso cuando curiosamente hoy, desde un titular de un periódico se le da cobertura a esta banda de asesinos para que celebren los cincuenta años desde que llenaron de terror las existencia de tantos y ellos mismo anuncian que seguirán haciendo lo único que saben en virtud de la supuesta libertad de ciertos territorios, seguir matando, sólo espero que esos que como nosotros esta mañana también han leído ese titular, ni se les ocurra volver a negociar con aquellos que un día nos arrebataron no sólo a Alberto y Ascen, sino también a Muñoz Cariñanos y a tantos otros.
Sevilla nunca olvida y los sevillanos, manque algunos les pese nunca olvidaremos lo que sentimos aquellos días de finales de enero de hace ya once años.
El viejo piano traía melodías inverosímiles, quizás el más grande de los calvarios que sufrir pudiera un artista, sonaban melodías imposibles, que engazardas recordaban a aquellas marchas que lo hicieron famoso, entre el gentío que acompañaba a las cofradías y que no dudaba en pedirle que repitiera una y otra vez sus marchas.
Sonaban en el piano los sones del Refugio de María, de Pasan los Campanilleros, de La Estrella Sublime, de La Esperanza de Triana, de Spes Nostra o de El Dulce Nombre.... y de pronto, engarzaba estas melodías con otros sones en forma de pasodoble que traían los recuerdos de las plazas de toros formadas con carros en las fiestas de los pueblos, o aquellos que sonaban en el transcurso de aquellos partidos del nuevo deporte rey, el balompié... pero de pronto también sonaban aquellas otras estrofas que por encargos tanto daño le habían hecho, y es que no hay peor calvario para un artista que el que su obra se vea estigmatizada por el nombre que las titula, pero el era músico y se debía a su obra.
Ahora el piano desgranaba los sones de esa marcha soñada, para que el palio de aquella cofradía se luciera al llegar a esa esquina del barrio donde se concentraba la muchedumbre sabedora de que en cualquier momento desde aquel balcón una saeta despertaría los olés y los vítores de la muchedumbre…
Allá en San Juan de Aznalfarache el río traía los aromas de los primeros naranjos luneros de las huertas cercanas al río, y el artista recordaba aquellos tiempos de su niñez en su barrio de San Bernardo, cuando la chiquillería discurría junto a los caballos del escuadrón ligero de los artilleros y el músico casi por inercia empezaba a desgranar notas en su piano recordando aquellos días… La vida pasa y Matilde le dice al músico que no se atosigue aferrado a su piano, él para quitarle el enfado a su mujer entona en el instrumento la barcarola que hace años le dedicara a su mujer cuando aún eran novios y ella era una guapa muchacha y él un aspirante a maestro dentro del estricto orden castrense.
El periódico trae estos días la noticia de que un torerillo sevillano, de San Bernardo, con cara de colegial trigueño, seise vestido de luces ha triunfado en Caracas, al escucharlo por boca de un amigo que ha venido a vistarlo ha empezado a tocar el trío de aquel pasodoble, que un día hace algunos años, vinieron a pedirle los alumnos de D. Carlos y donde incluyó los recuerdos de cuando en su barrio en cualquier esquina los niños emulaban a Curro Cúchares y algunos camino, de cualquier capea, se santiguaban ante el Cristo de la Salud… ese Cristo de la Salud, ante el que aquel músico de San Bernardo, Manuel López Farfán, se presentará sin saberlo horas más tarde.
Noches frías de enero, la luz que cada día va venciendo la batalla a la oscuridad, ya se ha escondido tras el Aljarafe y en la inmensidad de la Magdalena, la rotundidad barroca del misterio de la Quinta Angustia. Hoy, la sombra de tú cuerpo suspendido Señor, no se refleja en las humedades de los muros, ante el retablo de Ánimas, pero el órgano nos recuerda a los latines, Miserere Mei… que habremos de oir cuando el azahar rompa en nuestras calles y tu cuerpo inerte, pase entre nosotros, camino de ese monte de bronce y abebay donde esperan la cruz con los Santos Varones. Hoy Señor, tu cuerpo suspendido, tan delicado y tan frágil, como una hoja que descendiera de los altos árboles que rodean esa iglesia tan llena de historia en sus cuadros de galeones, es descendido ante el impresionante altar mayor de la Parroquia. Allí, en ese altar de Quinario que parece sacado de la Capilla, que en estos días queda al cuidado del Niño, hemos recordado tantas cosas, recuerdos de Quinarios ante el paso completamente montado, días de carpetas en ese banco tan cerca del Nazareno de las Fatigas, mientras la Magdalena se llenaba, al igual que hoy, de los sonidos de D. Hilarión Eslava y de esas coplas... "El Tesoro de la Sangre, que vertistes en tu Pasión…" Hoy, volvemos a contemplar ese trágico descendimiento que es preludio contrapuesto del gozo que esconde, que como sigue cantando el coro, nos abrirá, "...Señor, las puertas de la celestial Sión." (foto Roberto Villarica)
La estación es un hervidero de gente, desde grupos de jubilados, cada cual por su lado, a novios que se comen a besos, desde estudiantes con la ropa para quince días a turistas ocasionales, desde familias con niños y mascotas, hasta los dos cazadores que parecen recién salidos del catálogo de Burberrys porque vendrán de esas monterías, que por aquello de la crisis este año se han quedado para los cuatro privilegiados que pagaron el coto por adelantado, allí en la cola están todos... la radio nos avisa que al Betis le han marcado en el Colombino y que para el trayecto será mejor dedicárselo a ese libro, fiel compañero, que en esta ocasión viene disfrazado de novela, "Con la noche a cuestas" de Manuel Ferrand.
La cola no avanza, los cazadores discuten por el billete sacado por internet y los móviles en la cola echan humo.
En la cola paralela de la compra de los billetes, dos estudiantes, hablan de arquitectura y las niñas de la familia con perrito, se comen un paquete de gominolas, la vida fugazmente pasa en esta estación mientras fuera diluvia.
Un rayo de sol entra de pronto por la cristalera y nos avisan que nuestro tren ya nos espera rápidamente para llevarnos de nuevo a la ciudad que nos aguarda para descubrirnos cada su mejor secreto, el misterio de su luz.
Quizás por que se acerca la luz, esa luz que llena nuestras vidas de alegrías y de pasiones no podíamos dejar de pasar esa fiesta de la luz , esa que por circunstancias de la vida celebramos adelantada con los fríos de enero, pero ya con los primeros romeros florecidos y como entonces, como ayer y como mañana, volveremos a ver acercarse ante Tí, a esos padres acompañados de sus hijos y allí agarrados a esa reja que tanto sabe de plegarias y rezos, de llantos y de alegrías por alcanzar la marisma prometida, volveran Triana a llenar de alegría tu casa, con aquello que tu bien sabes, ¡Aquí estamos otra vez...! Allí estaremos, si no en presencia, como otros años, con el alma, acompañando al Simpecado de nuestros abuelos, leyenda viva de Triana, sabor añejo de romerías que se fueron, sevillanas de la enaguas de la Virgen, de `Caracole descarzo' y pocito de la Virgen siempre manando, el recuerdo emocionado de ver como se acerca tu paso a nuestra casa entre dos luces y el abrazo sincero del amigo. Y como siempre el recuerdo de cuantas veces nuestros padres nos hablaron de ti... Virgen del Rocío.
Llegas a casa, pones la tele, y ahí están las noticias, que si Obama jurando, que si Obama y su señora bailando mientras canta Beyoncé, que si Obama aparece inesperadamente en la toma de juramento de sus cargos de confianza, que si Obama rompe el protocolo, que si Obama se saca su primera foto en el despacho Oval, que si Obama aquello, que si Obama lo otro… Vaya jartura de Obama, que lo tenemos hasta en la sopa, pero si algo he sentido en estos días de hartazgo del primer presidente mestizo de los Estados Unidos ha sido la pura envidia de ver a todo un país, independientemente de sus votantes, unidos sin distinción, ahí está sin ir más lejos la salutación del propio presidente el día antes en la cena homenaje de su rival en las urnas… Cuanta envidia frente a lo vivido por televisión y cuanto hartazgo de la vida que tenemos aquí, ahora todos a subirse al carro de Obama…
Y que más da la túnica, si Él puede con todo, nos puede cada Epifanía, cuando en su Quinario lo adoramos, nos puede en Cuaresma, cuando de "moraito vestío" y con el cíngulo amarillo se nos muestra en su humildad, nos puede cuando en la nohe mágica de la víspera lo vemos de nuevo bajar hasta el suelo de Sevilla y cuando al día siguiente volvamos a ser incapaces de aguantarle la mirada mientras le besamos las manos, esas manos en las que está el Poder y el Imperio de nuestras vidas, su imagen al llegar cada Madrugada a su Basílica nos puede cuando hincados de rodillas le rezamos las preces y al levantarnos nos recuerda aquella misma imagen que verían nuestros abuelos cuando llegaban a San Lorenzo y lo encontraban en la magnitud de su paso vestidos con el mismo hábito con el que un día salieron a su encuentro, y con el que D.m. saldremos nosotros, nos puede su Gran Poder presidiendo la Basílica desde su paso en esa estampa de hace unos años acá que parece que lleva pasando la vida entera de su Gran Poder Resucitado, nos puede una mañana de mayo a primera hora para darnos los buenos días, o una tarde de agosto en la que nunca faltan sus devotos, nos puede siempre y nos podrá,
Este es el Gran Misterio de su Poder, que más da que vaya con túnica lisa o bordada, con la persa o la de los cardos, con la de Cañete o con la de Petete, con la de la guardilla o con aquella que le regaló aquel que sabemos y que callamos, y que le sienta como un vestío de torear en tarde de Maestranza, que más da si lleva las potencias de las JHS o las mejicanas, las de las rosas o las de los escudos, si al fin y al cabo lo que importa es Él... que tanto sabe de cabeceras de enfermos, de carteras de hombres que se apartaron de la fe un día, de mesas de despachos o de carpetas de estudiantes, Él que era el Señor de nuestros bisabuelos, del que nuestros abuelos fueron sus nazarenos, del que mi padre llegó a ser su costalero y ante al que algún día, esperemos que pronto, presentaremos a nuestros hijos.
¿Qué más da la túnica si con sólo su Poderosa presencia nos basta?
Hoy hemos cerrado por última vez la puerta de ese despacho, al que llegamos desde el edificio Sevilla 2, con la ilusión de nuevas formas y nuevas maneras en aquel ya lejano inicio del verano de 2004. Hoy, hemos sentido una sensación de cerrar una etapa de nuestra vida, cuando por última vez hemos girado la llave y nos hemos despedido de tantas cosas, de los sonidos de los perros de las casas vecinas, del panadero que venía de dejar el pan en el segundo, como siempre puntual a la misma hora, de las voces de los vecinos que coinciden en la planta baja al entrar en el edificio o en la puerta del ascensor y de los buenos días o las buenas noches de Rosalía al llegar los primeros o como casi siempre al salir el último del despacho, de aquellas conversaciones con Montilla (q.p.d.), de los trajes de flamenca de Pilar y de las charlas interminables con María… Hoy cambiamos este despacho por otro en la Avenida de la Cruz del Campo, ganaremos cosas y perderemos otras que con el tiempo recuperaremos, pero no serán igual, porque ya nos habíamos acostumbrado al café del desayuno en el Toboso y a las conversaciones con el personal de nuestros equipos eternos, guasa sevillana que sabe ponerte un café y una tostada hablándote del partido del domingo y también echaremos de menos como no los cafés que nos ponía cada tarde Fali en el De Cañas de Manolo León. Pero si algo vamos a echar de menos en estas primeras mañanas frías es nuestra visita a la Concepción, donde cada mañana nos esperaba el Santísimo y esa devoción tan arraigada de la gente de esta zona de Nervión, como es el Sagrado Corazón. En todo esto íbamos pensando, cuando he recordado tantas cosas que se cerraban al dejar el portal y por última vez, en mucho tiempo hemos mirado el azulejo de la calle y hemos pensado cuanto sin darnos cuenta, cambió nuestra vida, en estos últimos cinco años.
Traen los surtidores, el rumor de los versos de Almutamid, se posan nuestros pies sobre el frío mármol que tanto sabe de leyendas del Rey Justiciero, los anchos muros se guardan para si los cantos de los trovadores que ambientaron la boda imperial y aquellos laudes que tañían las cantigas del rey sabio... ¡Ay Real Alcázar, que tanto rondas a tu Giralda...! Y Romero Murube que sueña con tu sombra apasionada. Ay, Almutamid y Rumaikiyya, ay de las Kasidas de aquel rey poeta de Sevilla y de las kasidas del otro poeta que exilió sus ideas tras tus muros y te amó sin salir de ti, para quien su Rumaikiyya particular, con el respeto para Dña. Sol, se llamaba Sevilla a la que amaba como una novia , hoy cuando los fríos de enero nos hacen sentirte tan cercana, lo recordamos en aquel su último poema publicado:
"¡La muerte, aquí, frente a esta augusta calma del mar antiguo, en soledad sonora!... Pero algo bulle en mi raíz de tierra que opone, dulce, su repulsa leve... ¡Sin mares ni colina, allá en la dura tierra caliente, en mi Sevilla eterna!
Hay mañanas, en las que todo se tuerce, y es que parece que desde el primer momento del día ya andas predestinado. El maldito despertador, que suena incesante el sábado o el domingo a las siete y cuarto, no suena y cuando te das cuenta has estado tres cuarto de hora más entre las sábanas. Te bajas de la cama, en la soledad más absoluta de tu alcoba, y lo haces con el pie izquierdo, medio dormido, aterido de frío, casi sonámbulo, abres la llave de la ducha y zas, ese latigazo de agua fría que te golpea sobre tu espalda y te despierta igual que si te flagelaran sin piedad, sales de la bañera aterido de frío y con la piel amoratada, el café hierve en la hornilla, para colmo las tostadas se queman y el brick de zumo de naranja apenas mancha el culo del vaso. Sales corriendo, sudando, no sabes si por el café o por el maldito reloj que no cesa, bajas a la calle y diluvia, para variar vas sin paraguas y el autobús pasa por delante de tus narices cuando apenas has llegado a la parada… Una autentica mañana de perros… Llegas al despacho, tarde y chorreando, el ordenador no funciona, los informes que dejaste cuando pasaban más de una hora de que se fueron los últimos del trabajo te sorprenden y algunos los esperan sin demora para dentro de un rato, la vida no puede ir peor, pero de pronto todo cambia, suena esa música que te recuerda esas tardes de gloria, sueñas con el aroma del albero, te vienes arriba y… sonries, y en ese momento te pones el mundo por montera...
La ilusión se desvanece, ese regalo de Reyes atrasado que podría ser ver por primera vez nuestra ciudad cubierta bajo el blanco manto de la nieve, se disipa, y es que el sol, ¡oh! gran rey de este nuestro mediodía español, nunca se ha marchado y eso ha impedido que aquellas imágenes captadas por el poeta que habitaba el Alcázar no las hayamos podido revivir.
La nieve que no vimos porque no habíamos nacido entonces, se nos resiste, quizás porque esta ciudad es tan genuina para sus cosas que es hasta caprichosa para poder regalarnos la fría belleza de ver caer algunos copos en nuestras calles.
Mejor así, porque si algo queremos ver cuajado de copos blancos son los naranjos y que la luz vaya avanzando para regalarnos cada día los mágicos atardeceres, cuando el cielo de Triana se llene de tonalidades rosadas y el sol se esconda cada día más tarde, tras el cerro de Santa Brígida…
La primera cera del año se derramará esta noche en la Plaza más bonita del Universo, cera blanca, color del cortejo del Traspaso, que preceden al Señor, Gran Poder en su Real presencia bajo palio. Habrán llegado los hermanos y devotos durante todo el día siguiendo, como los magos, a la Estrella que ilumina la Basílica, de un Dios real, que aguarda en el Jubileo a los pies del Señor que tallará las manos del hombre y que fue, es y será vehículo que acerque al pueblo sencillo a su Dios. Hoy saldrá el Gran Poder bajo palio precedido por sus nazarenos que hoy forman una larga hilera de cirios blancos, que circundará la plaza, hoy no habrá silencio de muerte en la Plaza, sino el silencio del respeto roto por el repique de las campanas y los cánticos a nuestro Dios. En esta Epifanía, igual que los magos al Niño, hoy los hermanos del Señor adorarán a su Gran Poder hecho Eucaristía y proclamarán su Fe, que sin ella nada tendría sentido en esta noche epifánica en la que el frío suelo de Sevilla, recibirá el calor de la primera cera del año y el Gran Poder bajo palio cruzará la Plaza.
La ilusión, nos llena las calles, la ilusión de los niños y los mayores, la ilusión que nos legaron, la ilusión que fue transmitida de generación en generación desde aquel lejano día en que la luz fue llevada por aquel José María Izquierdo, que bajo el seudónimo de Jacinto Ilusión tomó el farol de la esperanza y así nació la Cabalgata que con las variantes propias de los tiempos llegaría hasta nuestros días. Hoy cuando las calles de Sevilla se llenan de la ilusión, tiramos desde nuestro Soberao los caramelos al cielo, como ya hicimos alguna vez, recordando a quienes nos legaron la ilusión de una noche como la de hoy.
Otrosí: Mi estimado Gaspar de Tharsis, muchas gracias, tú sabes bien porqué...
Sonaran hoy altas las coplas de Quinario, la calle es un hervidero ante el cortejo de la ilusión que cruza la ciudad y que hoy descuida la asistencia a la Basílica, pero no por ello pierden solemnidad los cultos. Hoy tendremos muy presente a D. Manuel Garrido Orta, pues nunca olvidaremos sus predicaciones en tantas ocasiones, en aquellos retiros de la Juventud o sobre todo en la misa de apertura del Besamanos, donde hasta era capaz de romper a llorar ante aquellas manos atadas o la mirada que ya seguro estará contemplando en la gloria.
Pero, si por algo recordaremos hoy especialmente a D. Manuel, será porque hoy, fiel a la tradición de este día, los cultos serán en esa lengua que tanto aún nos fascina, en ese latín que tanto une, en el que rezaron tantas generaciones al Señor, la de aquellas novenas en San Lorenzo y las de hoy día en su Basílica.
Pero hoy queremos tener un recuerdo especial a esa medalla tan nuestra que prendida en el terciopelo morado del estandarte unía en un mismo lugar nuestras devociones.
Hoy, por otras cuestiones, ya no luce esa medalla de oro del morado estandarte, esa medalla del agradecimiento eterno de quienes llegaron un día a la que había sido la morada del Señor, y que hoy cuarenta años después, nos resultaría a tantos tan difícil, que no fuera otra que la Dulzura de su Madre la que se aupara al pedestal de mármol rojo de la Capilla.
Una medalla en un estandarte, gratitud de cuando las cosas en el mundo de las Cofradías se hacían de estas maneras, con estos pequeños detalles, que casi durante cuarenta años se vieron prendidas, en el morado terciopelo del estandarte de nuestra cinco veces centenaria Cofradía del Traspaso, aquella medalla de oro de nuestro Dulce Nombre.
Cera tiniebla sobre los altos ciriales, golpe seco de la pértiga de plata, humo de incienso en el atrio, y suenan los sones de Christus Factus Est…
Avanza, solemne el cortejo, como un día lo hacíamos nosotros y antes lo hicieron otros revestidos de las albas, las dalmáticas o con el ropón de tisú y el cuello engolado hace quince, o ya, como pasa la vida, veinte años… Antes se habrá rezado el rosario y las aclamaciones de la Tradición “Con tu cruz al fuerte y armado, despojaste de tu Imperio…” que siguen sonando a saeta antigua de un Vallejo hincado de rodillas que vuelve para cumplir su promesa ante el Cisquero. Suenan altas las notas de la capilla musical, sones antiguos de novenas en San Lorenzo, ritos y costumbres que quizás, quien sabe, ya vinieran de San Acasio, y pareces que vuelves a ver al Fray Diego José de Cadiz o al mismísimo Cardenal Spínola que se bajaran de sus pedestales, que tanto saben de novenas en el presbiterio de la Parroquia, y suben a la Sagrada Cátedra para dar sus homilías. Hoy, como ayer en San Lorenzo, suenan los sones de D. Telmo Vela, las letras de Rodríguez Buzón o las coplas de Joaquín “Con esa cruz al hombro, lleno de pesares y amarguras…” pero ninguno como los solemnes sonidos de El Lazo de D. Hilarión, aquel por quien se cambiara el nombre de la antigua Carrera de San Lorenzo, por su apellido navarro, Eslava, y la voz del coro que canta: “Con esa Cruz armado, libró tu Gran Poder...”, comunión interminable, es sólo 1 de Enero, en la Plaza diluvia y el Señor nos empapa los corazones con su túnica persa, es primer día de Quinario y el Señor, como manso cordero nos vuelve su sangre a ofrecer, se escucha el chisporrotear de la cera en los candeleros, y el tenor remata la estrofa con aquello de que es “Divino tu inmenso Poder” y responde la suplica de los corazones traspasados que tanto saben de ti, que asciende cual nube incienso respondiendo que Tú “rompiste el lazo que al fuerte oprimió”.
Hemos llegado ante ti, Señor, cuando el día se marchaba y con él un año de lleno de tristezas y de alegrías. Hemos cruzado la Plaza, Tú Plaza, nuestra Plaza, bellamente sucia, por las hojas caídas por el aire y por la lluvia, de este día en que despedimos el año y tras rezar un Salve ante nuestra Virgen Dulce, en estos días tan acompañada en ese altar que será siempre tan tuyo que sólo puede ser el de Ella, hemos entrado en tu Basílica, dónde ya nos has recibido, Dios de la Ciudad, con la arquitectura perfecta de cirios y flores, proporción efímera que estos días es tu Altar de Quinario. Y como aquella lejana primera vez, tan lejana que se hunde en lo más hondo de nuestra inconsciencia, hemos subido a tu camarín, para ofrecerte, como un día nuestros padres hicieron con nosotros, este año que como siempre despedimos contigo y que mañana saludaremos junto a ti. En tu túnica Señor, están bordadas las coronas que simbolizan tu realeza y majestad, pero también nuestro principio y nuestro fin, por que en tu Poder se manifiesta el imperio de nuestra existencia, el lazo que unirá siempre el Alfa y Omega de nuestras vidas, esas que se iniciaron junto a ti cuando nuestros padres nos ofrecieron como ofrenda de vida que se iniciaba y que algún día culminará, cansados del camino de la vida cuando nos presentaremos ante ti, como sólo pueden hacerlo tus nazarenos. Diciembre, como casi siempre últimamente, se marcha llevándose la vida de las personas que apreciábamos, pero este año también nos ha traído el inicio de nuevas vidas, a las que ya Tú has recibido como siempre, vestido con la túnica persa, desde tu altar de Quinario. Hoy Señor, despedimos el año contigo y mañana daremos gracias por amanecer un nuevo año junto a Ti y a la tarde, a los sones de El Lazo, aunque ya no suene desde el coro, contemplaremos aquello que nos dictas desde tu túnica de Epifanía, que Tú eres el Final, pero también el Principio, Dios de generaciones de esta Ciudad, y que en tu Poder siempre estará el Alfa y el Omega de nuestras vidas.