(Dedicado al Profesor Rascaviejas)
El viejo piano traía melodías inverosímiles, quizás el más grande de los calvarios que sufrir pudiera un artista, sonaban melodías imposibles, que engazardas recordaban a aquellas marchas que lo hicieron famoso, entre el gentío que acompañaba a las cofradías y que no dudaba en pedirle que repitiera una y otra vez sus marchas.
Sonaban en el piano los sones del Refugio de María, de Pasan los Campanilleros, de La Estrella Sublime, de La Esperanza de Triana, de Spes Nostra o de El Dulce Nombre.... y de pronto, engarzaba estas melodías con otros sones en forma de pasodoble que traían los recuerdos de las plazas de toros formadas con carros en las fiestas de los pueblos, o aquellos que sonaban en el transcurso de aquellos partidos del nuevo deporte rey, el balompié... pero de pronto también sonaban aquellas otras estrofas que por encargos tanto daño le habían hecho, y es que no hay peor calvario para un artista que el que su obra se vea estigmatizada por el nombre que las titula, pero el era músico y se debía a su obra.
Ahora el piano desgranaba los sones de esa marcha soñada, para que el palio de aquella cofradía se luciera al llegar a esa esquina del barrio donde se concentraba la muchedumbre sabedora de que en cualquier momento desde aquel balcón una saeta despertaría los olés y los vítores de la muchedumbre…
Allá en San Juan de Aznalfarache el río traía los aromas de los primeros naranjos luneros de las huertas cercanas al río, y el artista recordaba aquellos tiempos de su niñez en su barrio de San Bernardo, cuando la chiquillería discurría junto a los caballos del escuadrón ligero de los artilleros y el músico casi por inercia empezaba a desgranar notas en su piano recordando aquellos días… La vida pasa y Matilde le dice al músico que no se atosigue aferrado a su piano, él para quitarle el enfado a su mujer entona en el instrumento la barcarola que hace años le dedicara a su mujer cuando aún eran novios y ella era una guapa muchacha y él un aspirante a maestro dentro del estricto orden castrense.
El periódico trae estos días la noticia de que un torerillo sevillano, de San Bernardo, con cara de colegial trigueño, seise vestido de luces ha triunfado en Caracas, al escucharlo por boca de un amigo que ha venido a vistarlo ha empezado a tocar el trío de aquel pasodoble, que un día hace algunos años, vinieron a pedirle los alumnos de D. Carlos y donde incluyó los recuerdos de cuando en su barrio en cualquier esquina los niños emulaban a Curro Cúchares y algunos camino, de cualquier capea, se santiguaban ante el Cristo de la Salud… ese Cristo de la Salud, ante el que aquel músico de San Bernardo, Manuel López Farfán, se presentará sin saberlo horas más tarde.
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