Hoy es el día de mi madre, que no se llama Lola sino Aurora, pero que en esta cuarentena es su día más esperado, ella que siendo cofrade nunca sintió la necesidad de vestir una túnica con independencia de decretos y acuerdos de cabildos, ella que nos inculcó a sus hijos el amor por la Semana Santa pero anteponiendo siempre aquella divisa salesiana de ser buenos cristianos y honrados ciudadanos y que hoy transmite a sus nietos, porque hay cosas que están ahí y que sólo hay que pincharlas un poquito para que salga nuestro veradero ADN.
Hoy es el día en que mi madre más disfruta de estas vísperas, cuando el salón de casa se convierte en ese retablo de hilo gallego, que bien pareciera hubiera tomado la luminosidad y la blancura de los lienzos de Zurbarán, en el conjunto de las túnicas colgadas, que el eterno Martes de nuestras vidas vestiremos siempre, como la vistieron aquellos que nos antecedieron mientras el aroma de los espartos, ese autentico olor a pueblo perfuma la estancia volviendo a traer la nostalgia del ayer y la alegría de las nuevas túnicas que se suman a nuestro orgullo bofetero que como tantas cosas no se aprenden porque viene en la sangre.
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