Quien os escribe, no recuerda la primera vez que fue llevado a la plaza, como tampoco recuerda la primera vez que fue izado para besar el talón del Señor tras subir a su camarín, ni la primera vez que hizo una genuflexión ante la Capilla del Sagrario de la Parroquia... Simple y llanamente porque así ha sido durante toda su existencia.
Las cosas en esta vida han cambiado, nos hemos hecho adultos y nuestra vida ha ido descosiendo los dobladillos como si de una túnica se tratara, primero de la infancia, naveta azul terciopelo de Martes Santo; después la niñez, con aquel cirio pequeñito que nos dió Curro en el casinillo de la Capilla, la adolescencia con aquella túnica de hilo gallego, guardada en aquella talega del soberao de Alcoy que recogíamos cada cuaresma de las manos de Enrique en aquellos días inolvidables de reparto y papeletas, años de primeras ceras tinieblas escoltando al Señor, como hasta ahora, después llegaría la juventud, una salida y media con el Catedrático, y más tarde el costal con el que pasearíamos al palio con más sevillanía por sus calles, después el puesto de responsabilidad en la Cofradía, los boletines y sus pinturas, el 2003 para sentir la gloria y el 2007, ay, para sentir la hiel y la amargura...
Pero aquí estamos, desde aquel primer día hay algo que nos acompaña y no falla, algo que une el pasado que nos legaron con el futuro que ya está aquí, aquel cordón que ayer te llegaba a las rodillas y que hoy cuarenta años después pende del pecho con su seda envejecida, pero que muestra nuestro orgullo bofetero desde aquel lejano y glorioso abril de 1974.
Pero aquí estamos, desde aquel primer día hay algo que nos acompaña y no falla, algo que une el pasado que nos legaron con el futuro que ya está aquí, aquel cordón que ayer te llegaba a las rodillas y que hoy cuarenta años después pende del pecho con su seda envejecida, pero que muestra nuestro orgullo bofetero desde aquel lejano y glorioso abril de 1974.
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