Apenas quedan minutos para que salgamos camino de San Lorenzo para iniciar ese rito heredado que no aprendido de tras escuchar la misa de apertura depositar un beso en las Manos que sostienen el Poder y el Imperio de nuestras vidas.
En la ciudad ya se ha derramado la primera cera y los primeros nazarenos -de vísperas- han recorrido sus calles, pero la ilusión de esta noche, solo comparable a la de la noche de Epifanía, nos recorre el alma, pues mañana volveremos a sacar al niño que siempre llevaremos dentro, al descorrer los visillos buscando el azul del cielo de la mañana más bonita del año.
Pero aún quedará volver de San Lorenzo, tras iniciar los primeros pasos de esos treinta y dos que componen esta semana, luciendo una cintita morada en la solapa y quizás buscando llevarnos la visión de alguno de los palios de mañana ya dispuesto con sus flores frescas y antes de irnos a la cama, uno de esos ritos que no se olvidan, ¿verdad Damián? una torrija y una vaso de leche y dormir con la seguridad de que al despertarnos será simple y llanamente, Domingo de Ramos.
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