Para Diego, que no le gusta la Velá
Vuelve la vida a correr en estos días por el palo de la cucaña, buscando el premio de la bandera que un día ganamos, esa bandera que grita a los cuatro vientos cuanto somos de ti, cuanto necesitamos de la brisa que sube con la mareita a esa hora incierta en que el sol ya busca el cerro de Santa Brígida mientras deja sus últimos reflejos en el vidriado remate de tus azoteas, donde ondean las blancas coladas que antes huían del aroma y del humo de tus tejares, hoy dormidos para siempre y que sólo vuelven a humear en la letra antigua de la soleá del Arenero, con el sabor inconfundible del Zurraque.
En tus balcones cuelgan tus geranios, como en las cabezas de tus mujeres, vuelven a lucirse las moñas de jazmines, esas que hoy rechazan las más jovenes, pero que lucen con sapiencia, quienes saben rejuvenecer, como en otros días señalaítos, cuando heredaron la gracia de prederse una moña con la feminidad de lo cotidiano.
Y vuelves a cruzar las calles de tu niñez, las callecitas de tu juventud, aquellas en las que probaste el sabor del beso primero con la fragancia de una dama de noche, callejuelas tranquilas donde un día distes riendas sueltas a las pasiones primeras, allí donde sin querer empezastes a aprender el amargo sabor del amor y el hoy agridulce sabor del primer desengaño.
Todo siempre en tus calles, todo siempre en tu barrio, ese al que no mirabas porque era parte de tu vida y tu parte de su día a día y al que desde que marchaste, sin que nadie te expulsara, vuelves a buscar cada día, como nuestros primeros padres, soñando con volver al paraiso que al otro lado del río tiene un nombre que sólo decirlo te embruja y al que estás prendido como esos exvotos que cuelgan de las espaldas de donde tú bien sabes, porque allí entre aquellos cuatro puntales que lo sostienen, también se sostenía tu vida y se fraguaron nuestros años irreparables.
Por eso tú, sin saberlo, vuelves en estos días con esos jovenes a correr por el palo de la cucaña, sorteando el cebo que lo embadurna como se sortean los reveses de la vida, intentando conquistar el premio de tu bandera, pero sabiendo que aunque no lo consigas te esperan de nuevo las verdes aguas del Padre Betis para acogerte y no hace falta que presuma de ser de ti, porque tú y yo sabemos que somos lo mismo, amor indiviso que no entiende de mitades ni de cuartos como un cartucho de pescado frito (de San Jacinto, por supuesto), el mismo barro que un día tomo el Primer Alfarero para con sus manos modelar en el útero materno a tantos cacharros que una vez cocidos, brillaron a la luz del sol de este lugar que, no hace falta nombrar porque en sus seis letras se encierra mucho más que un nombre, mucho más que tantos tópicos adornados de falsas tamborerías, guitarras y panderetas, sino eso que lo hace ser sencillamente diferente... tú lo sabes, que no es ni mejor ni peor, por que es, simplemente, una forma de ser.
1 comentario:
Uf.
Maravilloso. Se lo enseñaré a alguien.
Un beso.
Publicar un comentario