domingo, 3 de octubre de 2010

Martillos de luto

Para quienes durante años hemos formado parte del cortejo del palio de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, la madrugada está llena de sonidos propios de esa noche, que mezclados con el silencio respetuoso de quienes ven pasar la cofradía conforman esa otra banda sonora de la Semana Santa sevillana, que no tiene porque ser siempre el del bullicio del gentío o el dulce redoblar de los tambores o la fuerza suave del trío de una marcha en una esquina.
Así a los sonidos íntimos de nuestra madrugada, esos que conforman los golpes secos de las canastillas, el pisar del pie desnudo del nazareno, el crujido silente de las cruces de los penitentes tras su paso, el roce de las bambalinas del palio de cajón con los varales o la voz de la saeta que canta rompiéndose la garganta por una promesa, se une aquella voz  de mando de sus capataces, sobre todo en aquellos lugares donde su buen hacer se demuestra por la veteranía y la destreza de la sabiduría que se traspasa por generaciones, de padres a hijos, de abuelos a nietos sabiéndose imponer, sin una voz de más y sin un mal gesto, al buen discurrir de la cofradía en los momentos más esperados y más dificultosos. Y aunque esa voz magistral hace algunos años que no nos acompañaba, no por ello había dejado de formar parte de nuestros recuerdos.
Siempre hemos escuchado en casa hablar con admiración y respeto de la familia Ariza, y quizás por ese magisterio aprendimos a venerar esas formas, que desgraciadamente no pudimos vivir con ellos bajo los pasos, y que ya hicimos tangente en este Soberao cuando Pepe Ariza anunció su retirada de los martillos.
Por eso hoy, cuando se hace ausencia para siempre la voz de Rafael, decano y maestro de capataces, persona buena donde las haya con quien compartimos más de una vez conversación, y cuando lo lloran en silencio sus gentes de abajo, nos acordamos y de que manera de sus formas en estos últimos años en la Hiniesta, San Esteban, la Soledad y especialmente ante el palio de su Virgen de la O.
Hoy cuando su voz de mando se ha apagado, y los martillos se visten con el luto de los ternos y las corbatas negras de quienes se ponen delante, sabemos que su magisterio no se habrá perdido, pues permanecerá para siempre vivo en las voces de sus hijos, herederos de unas formas y un estilo que se ha transmitido de generación en generación desde el Viejo hasta el último de quienes tienen la estirpe de este apellido que lo es todo en nuestras cofradías.

2 comentarios:

El sobrino dijo...

me encanta la foto. saludos desde andandodefrente.blogspot.com

Juan Antonio ( Amaneceres mios) dijo...

Es una pena perder a las leyendas vivas de nuestra Ciudad,en un tiempo donde todo se adultera.Que viva siempre en nuestros recuerdos.un abrazo de hermano en el Gran Poder de Dios