Pasan los minutos, las horas, los días y no conseguimos olvidar todo lo vivido la otra tarde en El Puerto, porque olvidar las obras de arte que sobre el albero de la Plaza Real realizó Morante de la Puebla ante sus dos oponentes no se pueden contar con palabras, y por eso por más que intentas buscar en las crónicas y en los vídeos todo lo que sentimos quienes allí estuvimos, no lo encontramos por ningún lado.
Podría contar de las tres verónicas cadenciosas y de las medias de ensueño del quite en su primero, podría hablar de la faena ante este toro, cargada de naturalidad en su toreo con la mano izquierda que aún fue más despacio cuando tomó la franela con la mano derecha y cuando con la insuficiente media estocada aún siguió toreando...
Podríamos comentar de la faena al segundo, del inicio al hilo de las tablas con la montera calada, del desplante eterno y del brindis al público a la antigua usanza, mientras la plaza rugía puesta en pie y sonaban palmas por bulerías... y dos matitas de romero caían a escasos centímetros de las zapatillas del torero.
Podría hablar de todo aquello que vi y que aun fluye por mi cabeza, cuando en la faena al segundo empezó a torear de frente por naturales y sobre el albero derrochó todo el toreo barroco que soñarse pudiera.
Lástima que fallara la espada en ambos toros, porque posiblemente estaríamos hablando de una tarde histórica en El Puerto, y aunque salimos toreando de la plaza es imposible olvidar aquello que desplegó Morante en esta tarde veraniega, y eso no es otra cosa que torería, la palabra que realmente define aquello que vivimos la otra tarde en el Puerto de Santa María.
Fotografía: Antonio Flores/ Desde el Callejón
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