lunes, 15 de agosto de 2011

Luz antigua


Tiene esta mañana de agosto, una luz antigua, como de foto sepia o en blanco y negro, una luz distinta a la del día de ayer cuando a esa misma hora se iniciaba la novena matutina y por supuesto diferente de la que mañana iluminará la Puerta de los Palos a esa misma hora en que hoy el primer rayo buscará su sonrisa etrusca y se volverán a cumplir tantas gracias pedidas justo un año antes.
Tuvo esta Madrugada un camino íntimo, que traspasa generaciones, que cruza los Alcores y el Aljarafe para postrarse a las plantas de la Señora de los Nardos, a esa hora en que el horno dora la primera hogaza, justo cuando afinan sus cantos los primeros gallos, y se abren las puertas de la Montaña Hueca y un pino mayor anuncia al aire de la ciudad dormida que entre sus muros perfumados se muestra la Estrella de nuestra mañana en el mejor salón de trono que en el mundo hubiera.
No ha roto el alba, pero la ciudad ya ha despertado, por la Cuesta del Caracol y por la avenida de Jerez vienen las luces de quienes han hecho un parentesis en el veraneo para rencontrarse con ellos mismos, y las calles se despiertan con el trasiego de  quienes buscan los alrededores de la Catedral; por Mateos Gago y Hernando Colón, por Placentines y  Don Remondo por Almirantazgo y la calle de la Mar, los trianeros vienen por la Puerta del Arenal, para buscar las gradas bajas y salir al encuentro de quien nos espera, puntual a su cita de la mañana agosteña curtida en oraciones que se trasladan por generaciones.
La luz ya avanza, y con ella avanza el cortejo, en que ni los pájaros cantan para no romper el silencio de esta mañana en que volvemos a reencontrarnos con lo que fuimos. En ese momento justo se vuelve a cumplir la gracia esperada, cuando esa luz antigua de Sevilla avanza con el primer rayo de sol desde Mateos Gago, sorteando la fuente de la plaza y buscando iluminar el rostro de aquella por la que los Reyes Reinan.
Y es entonces cuando vuelves a aferrarte a esa mano de quienes ya no están y vuelves a la Punta del Diamante o a Correos a musitar oraciones y a pedir tres gracias, una de ellas siempre la misma, esa que en el momento de musitarla se clava en el cielo azul de nuestros mayores, mientras nos reencontrarnos con el mismo aroma de los nardos y con su eterna sonrisa etrusca.

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