Era una tarde de abril, de esas que en la solanera el sol pica, y de pronto una nube cardena, en medio de la luz dorada, rompe a llover con eso que algunos llaman la lluvia de los gitanos. Chaquetas empapadas, las colgaduras -cada vez más descoloridas por cierto- como toldos sobre los sillones de tendido y las almohadillas sobre las cabezas...mientras sobre la bóveda celeste de la Maestranza un arcoiris recorre de sombra a sol toda la plaza.
En medio de todo esto, Chismoso rompe a embestir, en la muleta de Alfonso Cadaval, suenan los bieeeeen en los tendidos altos, gente que espera, que ve que el toro tiene transmisión, un bravo de esos que a veces son armas de doble filo. Alfonso se acopla, Suena la música, Tejera rompe con el pasodoble de Rafa Serna, Cadaval intenta templar la embestida, que pide mando a la par que suavidad para llevarlo más despacio, sorprende por momentos para bien el torero de Triana afincado en Utrera, que le ha salido una papeleta, de esas por las que muchos suspiran, la verdad del toreo, ese toro que te puede encumbrar para bien o mandarte a tu casa, y más cuando se trae tan escaso bagaje, y la alegre embestida del de Santiago Domecq, que pide más... El torero entra a matar, más con el corazón que con la cabeza y deja un pinchazo hondo que basta.Muchos se miran en los tendidos, algunos se preguntan si habrá sido uno de los toros de los que nos acordaremos el lunes sin resaca tras los Miuras, -¿habrá sido Chismoso el sol de los gitanos que brilla tras la tormenta de lo insipido?- se concede una oreja al torero y una ovación fortísima en el arrastre al toro que bien hubiera merecido haberse ido sin las orejas, quizás en otras manos, -o quizás no-, no lo sabremos nunca. Ojalá el premio le sirva a Alfonso Cadaval, -que venía vestido con un terno que recordaba al de su amigo Pablo Aguado-, que en el sexto, quien sabe si hubiera podido hacer más, y al que le tocó un lote de esos que hacen cabilar en la soledad del torero.
Foto: Pagés/Tauromedia
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