Ya está aquí la luz nueva por la que suspira la vida, el tiempo sin tiempo de la luz primera, ilusión de unos ojos ciegos que aguardan por primera vez llenarse del dorado luminoso de las tardes de marzo, visiones de un cielo añil que se refleja en el espejo de raso de un sueño de Domingo de Ramos.
Ya empiezan a jerminar por los naranjos preñados, los nuevos brotes que ya anuncian tu llegada, sol naciente, y amor creciente que se gesta en un sueño enamorado.
La vida se alarga como se alargan las tardes en la luz que se refleja en el brillo de las veletas, en el remate vidriado de las azoteas o el de esa otra luz entre la arquitectura efímera, allí donde las llamas centelleantes de una candelería guardan imperecedero, el recuerdo de quienes nos precedieron y de aquellos, -ay la vida- de quienes nunca les permitieron ver la luz de tus mañanas.
No has llegado, pero ya te sentimos, botón blanco en la oscuridad frondosa del verde espinoso, lucero perdido en el terciopelo nocturno del universo silente, llamarada de incienso aún sin el aroma que nos embriaga, azahar lunero, germen primero, que ya anuncia tu llegada.
Ya estás aquí, tiempo de nuestro tiempo, delicada caricia de la vez primera, mano a la que aferrarse para sentir y ver, para soñar y declinar, llanto que se enjuaga en un pañuelo de esperanza, dulce bandera al viento en que se ondea el legado, allí donde igual que se enseña se aprende la vida, luna llena, vida nueva, aroma entre el que atraviesa esa vira de oro que ya renace entre las ramas y que te recuerda -siempre- cuan importante es saber quienes somos sin renunciar nunca al lugar del que un día vinimos.
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