Si cualquiera de los mortales que nos sentamos en cualquier localidad de la Maestranza ante una situación igual en la que se encontraba Antonio Barrera, con su padre de cuerpo presente, nos hubieran dicho que teníamos que ir a trabajar, estamos completamente seguro que una amplia mayoría no hubiera abandonado a su familia para irse al tajo, ya fuera alegando cuestiones propias de sentido común o llegado el caso recordándole a más de uno el Estatuto de los Trabajadores y los convenios colectivos de los distintos ramos por los que se pueden tomar algunos días de permiso remunerado por esta causa.
Y estamos seguros de que si el torero de la Macarena se hubiera caído del cartel nadie hubiera puesto el grito en el cielo, pero los toreros son así, y en muchos aspectos demuestran ser de una pasta especial, y Antonio Barrera no iba a ser una excepción, y haciendo de tripas corazón se presentó vestido de catafalco y oro con una lazo negro en el brazo e hizo el paseillo desmonterado en señal de duelo, la plaza tras guardar un minuto de silencio lo salir al tercio para a recoger una fortísima ovación que reconocía el gesto del matador de estar allí en tan difíciles circunstancias. Como comentaría más tarde su lo educó con mucho amor y respeto por la fiesta y así brindó al cielo, donde seguro estará su padre, la muerte de su primer oponente.
Después, la tarde no quiso darle ni tan siquiera el caramelo de unos oponentes que al menos lo dejaran estar agusto, pero el torero se llevó para siempre el respeto de una afición que supo reconocer el esfuerzo que muy pocos en circunstancias similares harían hoy día.
(Fotografía: Matito/ Sevilla Taurina)
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