El cabo de la vida dobló la esquina de Noviembre, dejando atrás tiempos de recuerdos de ceras de difuntos y noches de recordar a los donjuanes que en otros tiempos no muy lejanos tañían instrumentos bajo tus balcones.
La vida sigue y nos llega Diciembre con sus gozos y su dulce espera, esa que marca el reloj catedralicio sabedor de que en estas tardes sus campanadas se mezclan con las coplas del Maestro Castillo que cantan las voces blancas de la escolanía mientras ensayan sus danzan los niños seises bajo la atenta mirada de la Inmaculada Esperanza de Grosso.
Las horas de la tarde caen inmisericordes y por Matacanónigos parece llegar las voces conventuales de las Madres Agustinas que en la Capillita de su convento de Santa Marta, dan posada en estos días de Novena a la Coronada Guardesa del Póstigo, aquella delicada azucena ante la que se postrara un día todo un Papa de Roma...
Y junto a la muralla del Alcázar, espera Ella, nuestra Virgen, Pura, Blanca, Diáfana, nuestra Inmaculada, aquella en la que una ya lejana madrugada de Diciembre se grabó para siempre en nuestros corazones, aquella que desde entonces, al pasar por la Plaza del Triunfo dirigimos una furtiva mirada y musitamos una oración. Ante Ella, volveremos a cumplir esa promesa que un día juramos al salir de las aguas de Mercurio y portar por primera vez la verdemar sobre nuestro pecho.
Con Diciembre vuelven nuestros gozos, esos que reanecen vestidos de estudiantes y se abrigan bajo aquella capa de la que prenden aquellas viejas cintas al viento, que esconden labores aprendidas en tardes de colegio y uniforme, y que fueron compañeras en aquellas noches maravillosas en que despertábamos balcones.
Pero con Diciembe vuelven aquellos otros gozos, esos de buscar el corcho para montar el Nacimiento con aquellas viejas figuras que un día nos regalaron aquellos que sembraron en nuestra vida la ilusión de sentirnos sevillanos y pasados los días, volveremos a dejar un beso en la mano de la Esperanza, y a saborear aquellos polvorones que vinieron en aquella caja desde Estepa, mientras sonaran coros de campanilleros por Sierpes y Cerrajería. Y alguien nos avisará de que el Dios que nació en un pesebre nos espera vestido con la majestad de su túnica persa en San Lorenzo.
Ya están aquí los gozos de Diciembre, y en la torre milenaria una bandera concepcionista, anuncia el tiempo que nos llega, ese que ya empezamos a legar a quienes nos esperan, mientras nosotros aguardamos impacientes que llegue ese momento de volver a rondarte de verde y negro bajo la luna de Diciembre en la madrugada.
La vida sigue y nos llega Diciembre con sus gozos y su dulce espera, esa que marca el reloj catedralicio sabedor de que en estas tardes sus campanadas se mezclan con las coplas del Maestro Castillo que cantan las voces blancas de la escolanía mientras ensayan sus danzan los niños seises bajo la atenta mirada de la Inmaculada Esperanza de Grosso.
Las horas de la tarde caen inmisericordes y por Matacanónigos parece llegar las voces conventuales de las Madres Agustinas que en la Capillita de su convento de Santa Marta, dan posada en estos días de Novena a la Coronada Guardesa del Póstigo, aquella delicada azucena ante la que se postrara un día todo un Papa de Roma...
Y junto a la muralla del Alcázar, espera Ella, nuestra Virgen, Pura, Blanca, Diáfana, nuestra Inmaculada, aquella en la que una ya lejana madrugada de Diciembre se grabó para siempre en nuestros corazones, aquella que desde entonces, al pasar por la Plaza del Triunfo dirigimos una furtiva mirada y musitamos una oración. Ante Ella, volveremos a cumplir esa promesa que un día juramos al salir de las aguas de Mercurio y portar por primera vez la verdemar sobre nuestro pecho.
Con Diciembre vuelven nuestros gozos, esos que reanecen vestidos de estudiantes y se abrigan bajo aquella capa de la que prenden aquellas viejas cintas al viento, que esconden labores aprendidas en tardes de colegio y uniforme, y que fueron compañeras en aquellas noches maravillosas en que despertábamos balcones.
Pero con Diciembe vuelven aquellos otros gozos, esos de buscar el corcho para montar el Nacimiento con aquellas viejas figuras que un día nos regalaron aquellos que sembraron en nuestra vida la ilusión de sentirnos sevillanos y pasados los días, volveremos a dejar un beso en la mano de la Esperanza, y a saborear aquellos polvorones que vinieron en aquella caja desde Estepa, mientras sonaran coros de campanilleros por Sierpes y Cerrajería. Y alguien nos avisará de que el Dios que nació en un pesebre nos espera vestido con la majestad de su túnica persa en San Lorenzo.
Ya están aquí los gozos de Diciembre, y en la torre milenaria una bandera concepcionista, anuncia el tiempo que nos llega, ese que ya empezamos a legar a quienes nos esperan, mientras nosotros aguardamos impacientes que llegue ese momento de volver a rondarte de verde y negro bajo la luna de Diciembre en la madrugada.
2 comentarios:
La verdad es que es algo muy especial, la Inmaculada y la tuna, pero yo no suelo ser muy seguidora de ese arte, en realidad es que no soy muy de la tuna.
Me parece algo muy sevillano y muy hermoso. Disfruta.
diciembre de gin tonics gigantes
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