Sonaban las notas de Plaza de la Maestranza cuando las cuadrillas cruzaban el anillo camino de la Puerta del Príncipe, mientras en los tendidos, algunos rezagados de más, buscaban llegar a ocupar su localidad correspondiente. La Plaza de Toros de Sevilla se mostraba bella y exultante para este cierre de temporada en que las hermandades del Baratillo y de la Esperanza de Triana, tomaban el testigo de la Macarena, y la genialidad de Joaquín Moeckel, como el año pasado la mano de Dávila Miura, había reunido sobre el amarillo albero un cartel de autentico lujo, ensueño para Sevilla, donde hasta la ausencia de Manzanares se había suplido con la extraordinaria presencia en un festival de Miguel Ángel Perera.
Sonaba Tejera, hasta que los toreros llegaron al tercio, y allí se detuvieron, y entonces la Banda taurina de Sevilla por antonomasia, tocó con su cadencia, tan de Domingo de Ramos con el palio de Subterraneo, la Marcha Real, entre los respetuosos aplausos de la emoción en el día en que España regaló a la humanidad, eso tan grande -y denostado por algunos- que es la Hispanidad.
Cuando los compases de la antigua marcha granadera, iban ternimando, sin quererlo buscamos con la mirada el Palco Regio, en esta fecha vacío, como en esa vieja costumbre aprendida en aquellas tardes de novilladas de mayo o de septiembre, en que nuestra Reina Madre, Doña María, tan taurina y tan currista, tan bética y tan sevillana lo ocupaba entre las palmas del respeto del gentío y los sones con cadencia cofradiera de la Marcha Real,- entonces, como hoy-, interpretada por la banda de Tejera.
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