Era un radiante día de marzo, de esos que piden nazarenos y cofradías a gritos, de cielo azul hiniesta y luz dorada como el oro viejo de los cíngulos carreteros, el Arenal no era un hervidero de gente y en las cales del Baratillo apenas se reflejaba el revuelo de los pocos valientes que se acercaban a retirar entradas para los días grandes de la liturgia taurina que por Pascua Florida vuelve a resucitar sobre el altar de albero del coso del Baratillo.
Así llegamos, cruzando por la calle Circo y nos encontramos una puerta pintada de almagra entreabierta por la que salían albañiles y no lo dudamos, entramos como si tal cosa y tras cruzar una puerta de forja, subimos por las escaleras y por una de las entradas de las gradas nos contemplamos frente a frente, tus arcadas hermosamente encaladas y salpicadas de calimocha volvían a embrujarnos como tantas veces, era el reencuetro con aquel viejo amor que siempre espera, porque la vida pasa y ella siempre permanece, con sus silencios eternos, rotos sólo, por el sonido de los vencejos y así no pudimos más que recordar aquellas palabras que Jaime de Armiñan puso en los labios de Manuel Alvarez "Juncal" e hicimos nuestra aquella jaculatoria hermosamente bella que nos retrotraía a ver como amanecía tras tu silueta desde la calle Betis una mañana de Feria: “¡Buenos días, reina mía!
1 comentario:
"Tomo nota"... Diría el mismo genio citado.
Saludos.
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