jueves, 2 de febrero de 2012

El último gorrión de Viruta


Creo que fue allí, junto a Santo Domingo, entre aquellos muros centenarios donde siendo apenas un niño, tras salir de misa y aprovechando un descuido, mojé por primera vez mis labios con el oro pajizo sanluqueño.
Allí donde cada vez que llegaba a mi paraiso particular, tenía que ir, quizás buscando volver a ser lo que un día fuimos, aquel que se quedó con la mirada puesta en el atardecer que se perdía para siempre más allá de Salabar, perdido en aquel horizonte lleno de silencio del sur, más allá de la Barra, donde brillaba blanco y plata el barco del Arroz, mientras apretaba tu mano sabedor que lo único que quería era parar el tiempo, para no tener que pensar en volver y tenerte junto a mi eternamente.
Volver, para perderme por tus calles, para saborear la vida que se toma despacio, como pasa el tiempo entre tus calles, sin las prisas propias de la rutina diaria de la ciudad que me espera río arriba y así llegar de nuevo a la Habana para saborear una copa y dejar pasar el tiempo, como se pasaba el tiempo cuando eramos niños y nos perdíamos por tus calles para bebernos la vida, en aquellos viejos mostradores, donde se servían gorriones de Viruta.
Pero, ay, me dicen que cuando vuelva ya nada será igual, que aquel templo de nuestra vida habrá cerrado su portalón centenario y con él se llevará para siempre tantas historias, tantas generaciones, tantas conversaciones y tanta vida como se disfrutaba con una copa y unos amigos en esta Habana sin Fidel pero con Curro o Limeño y las fotos de los palanganas en las paredes, que ya no podré escuchar aquellas bromas de aquellos que en Sanlúcar llamaban caribñeos pues su vida transcurría entre Santo Domingo y la Habana.
Hoy, desde la distancia saco aquel viejo gorrión que conservo de tu vajilla raptada y lo lleno a falta de Viruta, de San León, para saborear el tiempo,que ya no podré disfrutar entre los muros centenarios de aquel lugar que se llamaba La Habana.

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