Vienen desnudos los besos de piedad de la tarde marzo, besos aprendidos de la mano, de generación en generación, con el secreto dilema de lo que se hace quizás porque se quiere o porque quizás no tendría sentido esta tarde casi de primavera si no volvieras a cruzar la ciudad, para dejar la sencilla ofrenda de una oración musitada que al igual que aquellos besos aprendiste, una sencilla tarde, de un mismo día como el de hoy, del primer Viernes de Marzo.
Soledad cautiva que te hace llegar ante ese cordón y esas manos que tanto nos unen, maniatadas cruces trinitarias de un rescate que parece que nunca llega, San Ildefonso, el Tiro de Línea o San Lorenzo, besos de marzo que intentan ante ser desagravio de lo que pronto, muy pronto será, una afrenta ante Anás entre el humo del pebetero, como aquella cada vez más lejana primera vez, de la que no alcanzas a recordar ni tan siquiera como era, aquella primera luz, de aquella lejana vira de oro.
Cinco Cruces, que como cinco aceros ardientes marcan amistades que permanecen, besos de marzo al Nazareno Dulce, cruz de carey, lirios, cera morada, igual que ayer, igual que hoy, igual que siempre…
Y a los pies del Poder y el Imperio, como no queriendo hacerse notar, Ella, Doncella sublime, dulcemente Traspasada, mayor delicadeza no cabe, hasta para no querer molestar, hasta para no hacerse notar y con ello distraer oraciones, con la sencillez propia de quien sabe que en Ella recae toda la historia pero no por ello tiene ni quiere hacerlo patente, casi sin mostrar su obediente mano extendida para depositar en ella los primeros besos de esta tarde de marzo.
Los primeros besos que ayer dieron por ti, los que hoy tú das por quienes ya están aquí y que quizás el día de mañana, igual que hoy, Primer Viernes de Marzo, darán por aquella memoria de quienes les enseñaron a rezar, tras ellos, la primera oración de una nueva primavera.
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